Impedir las privatizaciones que faltan y darle reversa a las que ya se han dado, así como poner las tarifas en precios razonables, tendrá que ser el fruto de la organización y la lucha de los colombianos.
Los despistados piensan que las políticas neoliberales que destruyen a Colombia se modificarán el día en que se convenza a quienes gobiernan el país de que están equivocados. Tremendo error. Porque los gavirias, los samper, los pastranas y todos los demás que las han impulsado e impulsan nunca han estado confundidos, como tampoco lo han estado el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y el gobierno norteamericano que las imponen. Prueba a la mano de ello es su persistencia en la aplicación de unas políticas que ya demostraron su fracaso como orientaciones para desarrollar a Colombia, tal y como no pocos analistas lo advirtieron hace más de diez años. ¿Quién va a convencer a los monopolistas norteamericanos de que el neoliberalismo no funciona, si durante su vigencia se han enriquecido más que nunca como resultado del empobrecimiento general de la humanidad? ¿Y con qué argumento se va a persuadir, por ejemplo, a Gaviria de lo dañino de la apertura y la privatización, si en pago por iniciar el proceso pasó de vivir como un politiquero de tercera categoría en la provincia colombiana a morar como un príncipe en la capital de los Estados Unidos?
El fin del neoliberalismo exige, por supuesto, poseer la razón y usarla para persuadir a millones de lo pernicioso de su aplicación, pero por sobre todo exige conseguir la fuerza social necesaria para crear el gran movimiento de resistencia civil que se requiere para derrotarlo y, especialmente, recuperar la capacidad soberana de los colombianos de decidir de manera autónoma lo que más le conviene a sus asuntos. Pero esas derrotas no podrán darse si no se lucha contra cada medida de apertura y privatización y contra quienes las imponen porque se lucran de ellas, permutando por migajas la entrega de la soberanía nacional a las agencias internacionales de crédito y al gobierno norteamericano. La experiencia universal, de antes y de ahora, muestra que los que se lucran de las políticas regresivas nunca se conduelen de quienes las padecen y que a éstos siempre les ha tocado recurrir a la organización y a la movilización para convertir en realidades sus propuestas.
Y el problema de las privatizaciones y de las brutales alzas de los servicios públicos que vienen con ellas no es, por supuesto, la excepción. Impedir las privatizaciones que faltan y darle reversa a las que ya se han dado, así como poner las tarifas en precios razonables, tendrá que ser el fruto de la organización y la lucha de los colombianos. Para ello urge, primero que todo, constituir ligas o comités de usuarios en cada rincón de Colombia, hasta crear una organización nacional que los agrupe, para que ésta, dotada de un programa claro y preciso de exigencias, defina las tareas de resistencia civil que habrá que realizar para ganar una política que parta de la base de que los servicios públicos no pueden ser el negocio de nadie. Con independencia de su color político y de su extracción social, cada patriota colombiano debe respaldar la construcción de estas organizaciones y éstas deben desarrollar las relaciones necesarias para poder crear la gran organización que se requiere para dirigir la lucha por sus exigencias.