Juan Jacobo Ibarra, San Juan de Pasto (Nariño), 17 de mayo de 2020

“Frankenstein o el moderno Prometeo” (1818) es una obra literaria que Mary W. Shelley (1797-1851) escribió a los diecinueve años cuando aceptó el reto propuesto por Lord Byron (1788-1824) de dar a luz la historia más terrorífica jamás imaginada. La novela se centra en la historia del doctor Víctor Frankenstein quien, obnubilado por un delirio mesiánico, dio con el prodigio de otorgar vida a una monstruosa criatura artificial que escapó de su control y se convirtió en su propia ruina. Se trata de la obra fundacional del subgénero de ciencia ficción y su influencia ha ido más allá de las fronteras literarias hasta incorporarse en la cultura popular como un mito contemporáneo.

La historia de “Frankenstein” reconstruye el clásico mito de Prometeo que habían abordado en la Antigüedad Hesíodo, Platón y Esquilo, además de que acude a otras mitologías como la cristiana y la judía para apropiarse de motivos como el de Adán o el del Gólem. Tal como el Prometeo clásico desafía a los dioses robándoles el fuego y los secretos de las artes, el “Prometeo” de Shelley desafía a Dios “robándole” el íntimo secreto de la creación de la vida. A semejanza de Hesíodo, y a diferencia de Platón y Esquilo, Shelley ofrece una visión negativa y pesimista de la hazaña prometeica, pues las consecuencias de “jugar a ser dios” conducen al arrogante personaje a su destrucción y a la de sus congéneres más amados. Como en las representaciones clásicas de Prometeo, Shelley hace de su Frankenstein un símbolo de rebeldía contra el poder divino. Sin embargo, deposita en él ciertas ideas que anticipan el espíritu contra-ilustrado característico del periodo romántico inmediatamente posterior.

Hay que señalar que la reelaboración del mito de Prometeo de Shelley no pudo llevarse a cabo al margen de su contexto científico y pseudocientífico. A principios del siglo XIX, los cimientos de la ciencia moderna ya se habían consolidado y, gracias a la biblioteca paterna, la autora cultivó intereses científicos e intelectuales desde su infancia a través de autores como el químico Humpry Davy (1778-1829) y el también químico, botánico y meteorólogo Erasmus Darwin (1731-1802) a quien tuvo la oportunidad de conocer personalmente. El fenómeno de la electricidad constituía una auténtica novedad para las ciencias físicas y una enorme curiosidad para Mary, quien no dudaba en especular, como varios científicos de la época, sobre las relaciones entre el fenómeno eléctrico y la generación de la vida. Junto con estos intereses científicos convivían las inclinaciones de la autora por la alquimia, el ocultismo y la necromancia. Shelley leyó a Alberto Magno, Cornelius Agrippa y tuvo un interés particular por Paracelso (1493-1541), quien desarrolló teorías pseudocientíficas sobre la creación de “homúnculos”, diminutas criaturas formadas a partir de sangre, huesos, semen, orina, metales preciosos y raíces silvestres. Todo este bagaje ofreció los elementos para que Shelley reinventara el mito prometeico depositando en él una moderna indagación y cuestionamiento sobre las posibles consecuencias de la creación de vida artificial.

A lo anterior se debe agregar que, a pesar del interés de Shelley por saberes espiritualistas, su Frankenstein se encuentra concebido a partir de una filosofía materialista dentro de la que autores como Holbach (1723-1789) resultan especialmente significativos. Siguiendo a La Mettrie (1709-1751) y su teoría del “hombre máquina”, Holbach explicó la vida y al ser humano como mecanismos materiales reductibles a interacciones físicas sin lugar para impulsos espirituales. Esta idea resulta importante porque, si miramos con detenimiento, el monstruo concebido por Shelley es una criatura en cuya creación no interviene ningún tipo de fuerza sobrenatural, sino que, por el contrario, emerge de elementos puramente materiales y físicos como restos de cadáveres y electricidad. Aunque Frankenstein no es un ciborg, tampoco es un golem por lo que su naturaleza ha transgredido el espiritualismo para emerger de la pura materialidad.

En suma, “Frankenstein o el moderno Prometeo” constituye una obra literaria de gran riqueza y complejidad. Mito, ciencia, pseudociencia y filosofía son elementos presentes en la obra de Shelley que resultan imprescindibles para una aproximación crítica a las ideas que contiene.

Como la literatura es, a menudo inagotable, se invita al potencial lector a que contribuya a la comprensión de esta obra cuyo mito se resiste a perecer.

 

Nota: La imagen de arriba es una ilustración realizada por el artista norteamericano Lynd Ward (1905-1985) que se encuentran contenidas en la versión de Frankenstein de la editorial Sextopiso.

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