Medellín, noviembre de 2020

En Barbosa, el municipio más al norte del Valle de Aburrá, un 4 de mayo de 1952, nació Ramiro Alfonso Rojo Londoño, el cuarto de los once hijos del empleado público, Luis Alfonso Rojo y de Adelfa Londoño.

 

Desde la escuela primaria puso en evidencia su excepcional calidad artística, pues no hubo tarima en su pueblo en la que no subiera a cantar, declamar o actuar, disfrazado de enano o de espantapájaros o en uniforme colegial. Infaltable en los actos públicos de fin de año escolar, el Día del Idioma, el Día de la Madre o en las tradicionales fiestas de la piña. “Siempre quiso estar en escena”, afirma Guillermo, su hermano. “A mí me gustaba oírlo cantar, me sonaba bien”, dice doña Adelfa, su madre, entristecida por la muerte de su hijo: “El segundo que se me va. Hace más de 20 años enterré a una hija, y todavía me duele, a mis 92 años deberían ser ellos los que estuvieran enterrándola a una”.

 

En el Instituto Popular de Cultura, estudió su bachillerato, animado por jóvenes amigos con quienes compartía el gusto por el arte, allí organizó su primer grupo de teatro, se enamoró de la lectura de los clásicos de la literatura y el drama, aprendió durante interminables horas libretos y afinó sus destrezas actorales.

 

En 1971 llegó su familia al barrio Manrique, en donde su papá, como lo había hecho en Barbosa, organizaba reuniones a los dirigentes liberales, con vecinos a los que invitaba para que plantearan sus problemas y las necesidades del barrio. Conversaciones a partir de las cuales Ramiro también había desarrollado interés por la política, era muy sensible a los sufrimientos de la gente y esas quejas lo conmovían. “Fue un hombre de noble corazón, no hay superlativos que puedan expresar la calidad de ser humano que fue”. Así lo define Julio Córdoba, uno de sus entrañables amigos y camaradas, también vecino de la Comuna de Manrique. Y su hermana Ángela recuerda que no podía ver a nadie llorando.

 

El 26 de septiembre de 1980 se casó con Marta Elena Rivera Ruiz, en la Iglesia de Las Nieves, en ceremonia que mantuvieron en secreto hasta diciembre, cuando Ramiro decidió hablar con sus suegros para llevarse a su esposa a la casa de su mamá Adelfa. No era suficiente el teatro para atender la nueva obligación, entonces buscó empleó y decidió impulsar a Elena, -como siempre le dijo-, para que estudiara enfermería, costeada por él. Y cuando uno de sus empleos le permitió ahorrar un dinero, respondió a la oferta de su papá para construir en la plancha, de la mitad para adelante. Esta fue la casa de Ramiro toda su vida.

 

En septiembre de 1982 nació Jenifer, la mamá de dos de sus nietos y el 29 de abril de 1991, nació José, fallecido el año pasado. De unión anterior tuvo Ramiro dos hijos. Quedan seis nietos. Balance prolífico de Ramiro.

 

Marta Elena dice que Ramiro fue un noctámbulo, le gustaba leer mucho, siempre en la noche. Para enfatizar en lo querido, delicado y llevadero, cuenta que también tenía sus momentos de enojo, “pero yo ya sabía cuánto le duraba, cuando salía tirando la puerta, yo contaba: uno, dos, tres, cuatro, cinco y preciso, entraba y pedía disculpas”. Nunca maltrató a sus hijos. “Yo fui muy feliz con él”. “Quiero que digan eso”.

 

Fiel a esa condición de actor de principio a fin, en nuestro Partido también cumplió un papel protagónico. Fue dirigente en el trabajo de barrios de Medellín, varias veces encabezó la lista de candidatos a la Junta Administradora Local de la Comuna Manrique, nunca obtuvo menos de 260 votos, testimonio de su simpatía e influencia entre sus vecinos, especialmente alrededor de la Casa de la Cultura en donde lideró varios grupos de teatro y de formación de líderes juveniles. Tuvo una presencia muy destacada y fervorosa en la lucha de los habitantes de la carrera 76, a quienes acompañó en sus marchas. También hizo parte de la primera Junta Directiva de la Liga de Usuarios de servicios públicos domiciliarios de Medellín. Y fue uno de los creadores de la Unión Nacional de Artistas – UNA, en su calidad de actor del Pequeño Teatro, su primera apasionada vocación, refugio y cuna de amistades distintas de las políticas, su otro escenario natural.

 

Característica destacable de su personalidad fue su delicadeza y respeto en el trato a toda persona, especialmente a “los suyos”, término en el que incluía a los compañeros de Partido, a quienes no nos aceptaba nunca una referencia ofensiva para nadie. Y su fortaleza infranqueable frente a sus principios ideológicos y políticos, para darle certeza a ese su otro gran sueño: la edificación de una Patria Soberana y Democrática donde cupiéramos todos. Se alegró y empezó a soñar con el futuro promisorio que anuncia su nuevo Partido, DIGNIDAD, gran nombre que Ramiro a lo largo de su vida mantuvo enaltecido.

 

¡Memoria eterna a nuestro querido camarada, compañero y amigo!!!!

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