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José Luis Huertas Díaz**
Observar lo que Nicolás Copérnico aportó a la ciencia moderna, incluso desde la distancia, resulta difícil, porque su trabajo ha permeado tanto en lo científico como en lo social. Al hombre de la calle le resultaría imposible percibir hoy nuestro sistema solar con la Tierra como centro. El modelo copernicano ha borrado las trazas de todo lo anterior a él. Y, sin embargo, analizando los detalles de su obra vemos que el modelo copernicano sigue sufriendo aún muchos de los lastres del ptolemaico. Costó siglo y medio superarlos y resolver las dificultades que planteaba. Estrictamente hablando, ni siquiera fue el primero que concibió la idea de un sistema heliocéntrico.
De todas formas, profundizando en el significado de su obra, Copérnico fue uno de los pocos hombres de ciencia a los que les ha cabido el honor de acabar con todo lo anterior, de cambiar un paradigma científico hasta desterrar definitivamente los modelos precedentes. Su minucioso método de trabajo, su análisis del acervo previo de conocimiento en ese tema, su enfoque de contrastar con cuidado los resultados experimentales, su manera desprejuiciada de considerar las posibles soluciones a un problema, su honestidad en la búsqueda de la verdad, definen lo que hoy entendemos como profesional de la ciencia. De ahí que esté considerado por muchos como el primer científico moderno.
Quizá no fuera consciente de que cerraba una época e inauguraba otra. Su esfuerzo intelectual llevó a consecuencias que no pudo vislumbrar. El término «revolución copernicana» quedó definitivamente acuñado para representar los cambios radicales de cualquier paradigma científico. Ello significó la anteposición de la reflexión sobre los datos empíricos por encima de los preconceptos, incluso de aquellos que residen en la percepción aparente que nos proporcionan nuestros sentidos. De ahí surge un problema de difícil solución: la transmisión del conocimiento avanzado a la sociedad.
Pero la influencia de Copérnico no se limitó a la astronomía, sino que condicionó el futuro de la filosofía natural y, de paso, de otros campos de la filosofía. La Tierra se convirtió, tras él, en un astro errante más; uno de muchos mundos en un universo tan vasto que no puede ser abarcado por la mente humana, aunque quizá sí pueda ser explicado. Puso, sin proponérselo, al hombre en una perspectiva más acorde con su realidad: ya no era el centro del universo, sino un simple viajero en un planeta vagabundo.
Al mismo tiempo, la negación de la experiencia aparente conllevó la desconfianza de la ciencia respecto a lo evidente y abrió la puerta a un pensamiento más ligado a una experimentación rigurosa y a un razonamiento más libre. El propio racionalismo hunde así sus raíces en la actitud con la que Copérnico abordó el análisis del universo, viendo en ello la clave de cualquier estructuración científica. En definitiva, Copérnico consiguió infiltrarse en el núcleo de todas nuestras concepciones sobre el cosmos… ¡convirtiéndose en la piedra angular de la modernidad!
*Tomado de “Copérnico. A vueltas con la Tierra”, José Luis Huertas Díaz, RBA Coleccionables, S. A., 2018, páginas 153-154.
**Catedrático de Electrónica de la Universidad de Sevilla.
Observar lo que Nicolás Copérnico aportó a la ciencia moderna, incluso desde la distancia, resulta difícil, porque su trabajo ha permeado tanto en lo científico como en lo social. Al hombre de la calle le resultaría imposible percibir hoy nuestro sistema solar con la Tierra como centro. El modelo copernicano ha borrado las trazas de todo lo anterior a él. Y, sin embargo, analizando los detalles de su obra vemos que el modelo copernicano sigue sufriendo aún muchos de los lastres del ptolemaico. Costó siglo y medio superarlos y resolver las dificultades que planteaba. Estrictamente hablando, ni siquiera fue el primero que concibió la idea de un sistema heliocéntrico.
De todas formas, profundizando en el significado de su obra, Copérnico fue uno de los pocos hombres de ciencia a los que les ha cabido el honor de acabar con todo lo anterior, de cambiar un paradigma científico hasta desterrar definitivamente los modelos precedentes. Su minucioso método de trabajo, su análisis del acervo previo de conocimiento en ese tema, su enfoque de contrastar con cuidado los resultados experimentales, su manera desprejuiciada de considerar las posibles soluciones a un problema, su honestidad en la búsqueda de la verdad, definen lo que hoy entendemos como profesional de la ciencia. De ahí que esté considerado por muchos como el primer científico moderno.
Quizá no fuera consciente de que cerraba una época e inauguraba otra. Su esfuerzo intelectual llevó a consecuencias que no pudo vislumbrar. El término «revolución copernicana» quedó definitivamente acuñado para representar los cambios radicales de cualquier paradigma científico. Ello significó la anteposición de la reflexión sobre los datos empíricos por encima de los preconceptos, incluso de aquellos que residen en la percepción aparente que nos proporcionan nuestros sentidos. De ahí surge un problema de difícil solución: la transmisión del conocimiento avanzado a la sociedad.
Pero la influencia de Copérnico no se limitó a la astronomía, sino que condicionó el futuro de la filosofía natural y, de paso, de otros campos de la filosofía. La Tierra se convirtió, tras él, en un astro errante más; uno de muchos mundos en un universo tan vasto que no puede ser abarcado por la mente humana, aunque quizá sí pueda ser explicado. Puso, sin proponérselo, al hombre en una perspectiva más acorde con su realidad: ya no era el centro del universo, sino un simple viajero en un planeta vagabundo.
Al mismo tiempo, la negación de la experiencia aparente conllevó la desconfianza de la ciencia respecto a lo evidente y abrió la puerta a un pensamiento más ligado a una experimentación rigurosa y a un razonamiento más libre. El propio racionalismo hunde así sus raíces en la actitud con la que Copérnico abordó el análisis del universo, viendo en ello la clave de cualquier estructuración científica. En definitiva, Copérnico consiguió infiltrarse en el núcleo de todas nuestras concepciones sobre el cosmos… ¡convirtiéndose en la piedra angular de la modernidad!
*Tomado de “Copérnico. A vueltas con la Tierra”, José Luis Huertas Díaz, RBA Coleccionables, S. A., 2018, páginas 153-154.
**Catedrático de Electrónica de la Universidad de Sevilla.
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