Norman Alarcón Rodas, Barranquilla, mayo 4 de 2020
A fines de la segunda década del siglo pasado confluyeron varios acontecimientos que marcaron época: la Primera Guerra Mundial (1914-1918), la pandemia de influenza de 1918 y la Revolución Rusa de 1917. Una centuria después, culminando la segunda década del siglo XXI, apareció en China un brote del virus Covid-19 que desató en el 2020 una nueva pandemia infectando a millones de personas de los cinco continentes, con miles de muertos y provocando graves dificultades a los sistemas sanitarios de centenares de naciones, lo mismo que a sus aparatos productivos paralizados. Es interesante analizar los contextos de ambas épocas históricas y sus particularidades, a fin de vislumbrar las perspectivas futuras desentrañando las contradicciones en escena.
Se estima que en la pandemia de la influenza de 1918 se infectaron 500 millones de personas, un tercio de la población mundial, y el número de muertos se calculó en 50 millones, de los cuales 675.000 ocurrieron en EU. A veces se la llama inadecuadamente “gripe española”, porque como España fue neutral durante la guerra, la prensa podía informar allí sin problemas sobre la devastación provocado por el virus. En Colombia se ha dado a conocer una carta de Laureano Gómez a un amigo de esa época en la que le decía cómo fue la pandemia en el país, primero “todo el mundo estornudando y luego empezó a morir gente de repente en la calle”.
En los albores del siglo XX, el sistema capitalista prevaleciente en todo el mundo estaba en proceso de transformación de la fase de libre competencia, caracterizada por múltiples empresas en la que predominaba el capital mercantil e industrial, a la del monopolio, su antítesis. Tras sucesivas crisis y quiebras por la anarquía de la producción fue apareciendo el monopolio, que surgió de la fusión del capital bancario con el industrial. Se conformaron poderosos trust, carteles, consorcios de ramas enteras de la producción que asumieron el control político de los Estados, varios de ellos con vastos territorios coloniales. La concentración de la producción y del capital y la entronización de poderosos monopolios dio como resultado el reparto territorial del mundo mediante anexiones y despojos de naciones enteras y la rivalidad de bandos que llevaron en 1914 a la Primera Guerra Mundial, encaminada a dirimir la supremacía de las potencias en disputa. Salieron victoriosos Inglaterra, Francia y Estados Unidos, que entró a la contienda casi al final, frente a Alemania, Austria y Hungría, y se dio un nuevo reparto del mundo en el marco del Tratado de Versalles, en 1920. Derrotados los alemanes en forma ignominiosa, se creó el germen para una nueva conflagración internacional veinte años más tarde, cuando con Hitler y en un nuevo contexto de repartición del mundo estalla en 1939 la Segunda Guerra Mundial, en la cual vuelve a salir derrotada Alemania al lado de Italia y Japón y salen triunfantes los países aliados de Francia, Inglaterra, Estados Unidos y la Unión Soviética socialista, surgida con el triunfo de la Revolución de Octubre de 1917 casi finalizando la Primera Guerra Mundial.
En el siglo XXI, las crisis económicas de la globalización neoliberal no cesan, como ocurrió en la del 2008, de la que salen fortalecidos los más grandes conglomerados financieros respaldados por los más poderosos gobiernos, mientras la mayoría de pueblos del mundo se debate en medio de penurias y en la mayor desigualdad nunca vista. A la vez se presentan grandes desarrollos tecnológicos y científicos como el internet, la robótica y la inteligencia artificial, cuyas grandes ganancias se reparten los poderosos del planeta encabezados por Estados Unidos, con todo su historial de agresiones, invasiones y bases militares. En medio de este panorama se presenta la mayor inequidad de la historia, denunciada por organizaciones como Oxfam Internacional: dos mil multibillonarios de un puñado de países desarrollados poseen más riquezas que 4.600 millones de personas.
En estas condiciones surge la nueva pandemia del Covid-19, una verdadera calamidad mundial, que tendrá desenlaces según sea la situación económica, política y social de cada región y país. En Colombia el gobierno de Duque ha decidido favorecer al sector bancario, fortaleciéndolo a más no poder con una serie de medidas, mientras el Banco Mundial, consorcio financiero del gran capital internacional, en su última reunión con el FMI y los bancos centrales del mundo propuso en medio de la actual calamidad aplicar políticas de ajuste a los países emergentes y atrasados (reformas tributarias y otras).
La definición del destino que viene para los países del orbe estriba en cómo resolver la contradicción entre quienes, por un lado pretenden mantener el estatuo quo, es decir, el predominio de los monopolios financieros internacionales que representan menos del uno por ciento de la humanidad, con Estados Unidos a la cabeza, y que se reparten las esferas de influencia en el mundo como lo hicieron después de la Primera Guerra Mundial con el Tratado de Versalles, y de la Segunda Guerra Mundial en Bretton Woods, ocasionando la peor desigualdad en la historia de la humanidad, o con un cambio sustancial de paradigmas con el cual, en vez del eufemismo del mercado, se fortalezcan los Estados Nacionales con sus mercados internos y su producción propia industrial y agropecuaria, su autodeterminación nacional, en los cuales la creación de riqueza sea una realidad para mejorar las condiciones de vida y de trabajo de las inmensas mayorías laboriosas. El futuro se vislumbra con esta última opción porque representa el desarrollo indetenible del progreso social.