“Yo quiero ser llorando el hortelano
De la tierra que ocupas y estercolas,
Compañero del alma, tan temprano”
Elegía, Miguel Hernández
Escribo estas palabras transformando el dolor en fuerza. Nos ha abandonado nuestro querido compañero Raúl Arroyave; un hombre grande. Grande, porque en su paso por la vida dejó huellas indelebles.
Siempre admiré en Raúl el gran conocimiento que tenía de las ciencias sociales, especialmente el de la historia universal y nacional. Analizaba con rigor científico los hechos del pasado para iluminar los acontecimientos de hoy. En sus análisis nunca faltaba la anécdota, el gracejo, esos ingredientes tan propios de su particular pedagogía. Pero también era un apasionado de la literatura y de toda la buena música: de él leí uno de los mejores análisis de “Ursúa”, la novela de William Ospina; amaba además los melodiosos cantos del Valle de Upar, así como las letras a veces trágicas del arrabal de Buenos Aires o el calor caribeño que se transpira en la salsa; tampoco le era desconocida la profundidad de los clásicos.
Raúl era un hombre universal. Cuando el ajetreo sindical o la lucha política nos daban alguna oportunidad para encontrarnos, charlábamos de ciencia. Siempre estuvo atento a las noticias sobre los últimos avances en la física, la química o la biología. En una ocasión me llamó emocionado al celular para hablarme de una excelente columna que en El Espectador había escrito Klaus Ziegler, en contra de la oscura teoría del Diseño Inteligente. Como él sabía de mi inclinación por la filosofía de la ciencia, un día ya olvidado en la bruma del pasado, en su oficina que tenía en Fecode me regaló un libro maravilloso, esclarecedor: el de Alan Sokal y Jean Bricmont, “Imposturas Intelectuales”. Ese fue un texto que nos sirvió de apoyo en nuestra lucha constante contra las concepciones constructivistas en educación. Siempre recibí su cálido apoyo al libro que publiqué el año pasado. Raúl tenía muy clara la necesidad de que la ciencia permeara la educación en todos sus niveles, si queremos romper las cadenas del atraso científico y tecnológico que agobian esta nación.
En realidad Raúl no nos ha abandonado totalmente; los átomos y moléculas de su ser corporal han empezado a unirse al eterno movimiento de la materia en sus diversos ciclos biogeoquímicos: es probable que algunos de sus átomos terminen en el centro de una nueva estrella donde contribuirán a dar más luz al universo o que acaben siguiendo la elegante danza cósmica en alguna brillante galaxia o que en algún momento se incorporen a las moléculas de agua que forman las cristalinas corrientes de su amado río Guatapurí. Raúl sigue viviendo en la mitad de la impronta genética que se almacena en la intimidad de las células de sus hijos, y se prolonga en las de sus nietos.
Por siempre, este patriota luchó por hacer de Colombia un país mejor. Te has marchado compañero, tan temprano… pero serán muchos los hombres y mujeres que seguiremos tu ejemplo y continuaremos en la brega por hacer realidad la nación que siempre soñaste.