Libardo Gómez Sánchez, Neiva, febrero 18 de 2019
En reciente reunión política a la que asistimos, nos llamó la atención el reclamo que una de las asistentes le hiciera al coordinador por referirse a “los” y no incluir “las” como una supuesta forma de discriminación; en el mismo sentido en la última movilización estudiantil, que demandaba con justicia recursos financieros para posibilitar una educación de calidad, en algunas facultades, en especial las relacionadas con las ciencias sociales, privilegiaban reivindicaciones de género y enfatizaban en problemas de acoso sexual.
Son manifestaciones de una tendencia, que ha convertido en centro del debate sobre la desigualdad, la exclusión de las mujeres y las minorías en las estructuras de poder, sin detenerse a analizar las razones económicas que configuran esas estructuras de control social. Atribuyen esta discriminación al origen de costumbres patriarcales arraigadas en la educación y reproducidas a través de los medios de comunicación, por lo que concluyen que con el cambio en el lenguaje y en los programas escolares, se lograría resolver el marginamiento. La verdad es que cambios en el lenguaje o en las imágenes que transmiten los medios de comunicación no modifican la realidad, solo la esconden; así se distrae, se tiende un telón a las razones políticas y económicas y se esquiva el blanco de confrontación al que debería apuntarse, si se quieren cambios reales.
La segregación no se puede eliminar cambiando las palabras, ni siquiera modificando nuestra actitud o nuestra conducta individual, se requieren cambios en las relaciones sociales de producción.
En el mundo de hoy, hombre y mujeres independientemente del color u origen, la mayoría avanzamos a la marginalidad, la riqueza se concentra, sin embargo, pareciera que la pobreza no fuera un tema que interese a los universitarios; la rentabilidad del capital no disminuye porque se incluya en la nómina más mujeres o miembros de las minorías, solo se incluyen para esconder el insaciable apetito depredador de los dueños de la riqueza.
Dirigentes de estos reclamos y de todo tipo, como los ambientales, menosprecian el impacto del libre comercio y magnifican temas que a la postre no definen la justicia social, a pesar de que las luchas que iniciaron las mujeres tuvieron entre sus principales razones el rechazo a los bajos salarios, por condiciones dignas de trabajo y protección infantil.
Abandonar el estudio de los fundamentos de la economía alegando el reclamo de asuntos políticamente correctos, constituye un lamentable error, que sirve al interés de los poderosos; los agitados días que se ven venir, tienen su origen en la aguda crisis de rentabilidad del gran capital.