Norman Alarcón Rodas, Barranquilla, marzo 9 de 2020
A principios del siglo pasado, el sistema capitalista sufrió una drástica transformación, al pasar las grandes potencias de ser exportadoras de mercancías a exportadoras de capital. Surgió al mismo tiempo un “exceso de capital” y una superproducción de bienes, situación que en vez de ser utilizada para elevar el nivel de vida de la población, se orientó hacia la obtención de mayores ganancias, el móvil principal del modo de producción prevaleciente. En los países atrasados la rentabilidad es más elevada que en los países ricos, ya que los capitales son escasos, los salarios bajos y las materias primas baratas. La exportación de capitales adquiere la forma de empréstitos, inversión directa en el aparato productivo e inversiones de portafolio, entre otras. Los prestamistas ponen condiciones obligando a los países receptores a comprar sus productos y a aceptar políticas económicas favorables a sus intereses.
Para muestra un botón tropical. Roberto Prieto, personaje de no muy grata recordación para los colombianos, dos veces gerente de las cuestionadas campañas presidenciales de Juan Manuel Santos y hoy en la cárcel por sus actividades non santas, fue representante de Colombia en el Banco Interamericano de Desarrollo, BID, cuando la entidad visitó a Barranquilla en julio de 2013. Esa vez Prieto les dijo a los medios de comunicación: el BID “opera como un banco y le presta al que sea sujeto de crédito y le dé garantías no solo de repago de la deuda, sino que cumpla con sus políticas”. En esta forma patética se expresa el desprecio por la soberanía de las naciones que caen en sus fauces.
Los colombianos debemos reflexionar sobre cuáles han sido las consecuencias de más de un siglo de estar en la órbita de Estados Unidos y bajo la férula de la banca internacional y organismos multilaterales como el BM, el FMI, la OMC y la OCDE. Quienes se han quedado con la parte del león son esos organismos y la potencia que han convertido a Colombia, ahora con la perversa globalización neoliberal, en una nación atrasada, una de las más desiguales del mundo, desindustralizada, importadora de bienes agrícolas e industriales y con una deuda externa impagable de más de 135.000 millones de dólares, que obliga adquirir más deuda para pagar intereses. La corrupción se ha salido de madre. Ha llegado a tal punto, que ya la trampa va incluida en la misma ley, no como antes, cuando se decía que “hecha la ley, hecha la trampa”.
Miremos ahora cómo le ha ido a Barranquilla, una apetitosa dorada acechada por los tiburones del capital financiero. Una investigación de Fundesarrollo (2016) indica que una parte de la publicitada inversión en la Arenosa fue obtenida con alto endeudamiento a tasas DTF + 1,26 y hasta DTF + 2,55%. La Alcaldía distrital contrató en diez años créditos por $814.422 millones, por los que pagó servicio de la deuda por $728.015 millones. Como el saldo era de $663.188 millones, cada peso prestado salió al final a $1,70. El último crédito del BID conocido, por cien millones de dólares del 2015 y desembolsado por Findeter en 2018, se utilizó para parques, en la pavimentación de vías de barrios (en la cual le cobraban una parte en mano de obra a la población de los sures, lo que nunca han hecho con el norte más opulento de la ciudad), Pasos de Salud, CDI, mejoramiento fiscal, estudios de política tributaria distrital y recaudo del catastro. El empréstito coincidió con aumentos drásticos en el impuesto predial, hasta del 50% y más, golpeando la economía familiar de miles de ciudadanos. El actual alcalde, Jaime Pumarejo, ha revelado que va a emitir bonos por $650.000 millones para “sustituir deuda con los bancos”, es decir, endeudarse para pagar deudas, una buena parte con el BID a través de Findeter.
Hace poco se conocieron los resultados de la encuesta Barranquilla Cómo Vamos 2019, de la cual se colige: la percepción sobre buen camino de la ciudad cayó al 74%, solo 38% dice que la situación económica mejoró (cayó 7% frente a 2018), los hogares que se consideran pobres subieron a niveles del 29% y 28% en los sures de la ciudad, solo un 43% es optimista con el futuro de la urbe, el 82% de sociedad civil no participó en actividades ciudadanas, solo el 5% utiliza el Transmetro, que languidece, el 22% de la población no pudo tener las tres comidas diarias. El cuadro se vislumbra aún más preocupante si tenemos en cuenta el presupuesto para 2020 de Barranquilla, que tiene un monto de $3,69 billones para un pago de deuda de $292.179 millones, pago de vigencias futuras de $76.335 (que el exalcalde Char comprometió hasta el año 2035), más las inflexibilidades por $192.600 millones. Solo estos tres rubros ya comprometen $561.114 millones, muy superiores al proyectado recaudo del impuesto predial de $450.892 millones.
Con razón los organizadores del Paro Nacional preparan protestas los días 18 y 19 de marzo contra la lesiva injerencia de la banca internacional en los asuntos del país en el marco de la Asamblea del BID en Barranquilla (Nota: pospuesta debido al coronavirus). Se proponen también organizar un panel de expertos sobre un verdadero desarrollo alternativo autónomo para Colombia.