Gustavo Rubén Triana Suárez, Bogotá, abril 5 de 2020
En la mañana de hoy 4 de abril falleció Jaime Piedrahita Cardona en la ciudad de Cartagena. Nació en Medellín en 1930. Hacemos público reconocimiento a la vida de este luchador incansable por la soberanía nacional y el bienestar de la población. Jaime Piedrahita participó activamente en la fundación de la Alianza Nacional Popular, Anapo, partido del que fue su presidente nacional. A temprana edad se desempeñó como secretario del Trabajo del departamento de Antioquia y fue concejal de Medellín, representante a la Cámara y senador de la República. En la campaña electoral de 1974, y después de ella, varios dirigentes de la Anapo empezaron a marginarse de esa organización. Jaime participa entonces en las conversaciones unitarias que llevarían a la creación del Frente por la Unidad del Pueblo, FUP, y fue su candidato presidencial para el periodo 1978-1982. Desde esa época se hizo un aliado entrañable del MOIR igual que el también dirigente anapista José Jaramillo Giraldo. Juntos acompañaron a Francisco Mosquera en la difícil tarea de deslindar campos con el foquismo guerrillero y explicar el carácter imperialista de la Unión Soviética.
Jaime Piedrahita compartió la necesidad de llamar a la resistencia civil contra las políticas neoliberales y de libre comercio, impuestas por Estados Unidos a partir de la disolución de la URSS y de su recobro de la supremacía mundial, apoyó la lucha contra las privatizaciones y la desbordada política de importaciones y endeudamiento del país, que siguen causando graves daños a la producción y el empleo nacionales.
Fue un entusiasta integrante del Polo Democrático Alternativo, PDA, asistió a los Congresos de este Partido y se comprometió con sus candidatos a la Presidencia de la República con disciplina y coherencia, y particularmente acompañó todas las campañas del senador Jorge Enrique Robledo. Jaime mantuvo una relación estrecha con la dirección de nuestra tendencia, con base en una gran coordinación y entendimiento político. Sin duda es una gran pérdida para nuestra organización.
Su vida es un gran ejemplo para las nuevas generaciones. No escatimó esfuerzos para ponerse al servicio de los intereses de la nación y del pueblo, luchar de manera incansable por las transformaciones sociales y el progreso, defender la lucha civilista y democrática y proscribir el uso de la violencia y el terrorismo en la actividad política. Murió seguro de haber escogido el sendero que conduce a la conquista de la plena soberanía nacional y el bienestar de nuestra población. Al compañero de tantas batallas nuestro sentimiento de afecto y camaradería y el compromiso inclaudicable de continuar con sus anhelos patrióticos y democráticos. Nuestras sentidas condolencias a su compañera Rosa Beltrán, a sus hijas María Inés y Ana Lucía y a sus nietos Justin y Natalie.
En 1998 Jaime Piedrahita Cardona recibió la Orden del Congreso de la República de Colombia en el grado Gran Cruz de Oro, que le fue entregada en una ceremonia especial en la Alcaldía de Medellín. Transcribimos el discurso que pronunció en dicho homenaje en el que refleja buena parte de sus posiciones políticas y su vocación de lucha por el país y por la democracia.
Señor Doctor
Amilkar Acosta
Presidente del Congreso de Colombia.
Señoras y señores:
Con palabra breve, vengo a agradecer el más claro homenaje que yo haya recibido en mi vida de combatiente, en la honrosa compañía del ilustre médico y maestro de juventudes Hernando Echeverry Mejía.
Al calor de este acto vuelvo a sentir la emoción de aquellas batallas que fueron lo mejor de mi vida, que me permitieron sentirme realizado y justificado ante mí mismo. Desde los días de la universidad miraba con admiración los protagonistas de la vida colectiva, envidiaba su liderazgo y soñaba con emular en medio de ellos, para contribuir a mejorar la suerte del país y sus gentes más agobiadas, aquellos a quienes les están vedados los grandes proyectos, los grandes sueños y las grandes esperanzas y cuyo destino se consume en la agonía del minuto que pasa.
Apenas salido de las aulas me vinculé de lleno y ya sin descanso a la actividad pública y no tuve otra ocupación que el ir y venir por pueblos y veredas, conversar con los humildes, atender a sus jefes naturales, participar en las actividades del Congreso y compartir con mis compañeros de dirección las faenas del Partido.
No vacilé en definir desde un principio mi orientación ideológica. Al calor de las grandes devociones intelectuales de mi primera juventud, lo que me hacía vibrar era cuanto tenía que ver con la causa popular. Me formé en un ritmo de lecturas apasionadas, en las que alternaba la historia con el arte y la literatura. Con el poeta Carlos Castro Saavedra, con el pintor Fernando Botero, con el poeta, escritor, abogado, ex procurador general de la nación Carlos Jiménez Gómez y el entonces ensayista y novelista en ciernes y después pequeño filósofo Gonzalo Arango, compartí horas y emociones determinantes de mi futura inspiración política. Leyendo a Pablo Neruda a César Vallejo, a marxistas y existencialistas y mirando maravillado las obras de los muralistas mejicanos, abracé para siempre la causa de los humildes, de los que gimen, de los que sufren, de los que no tienen techo, ni lumbre, ni esperanza. Mi época formativa estuvo signada por las corrientes del nuevo humanismo colombiano, el que se levantó con nuevo signo democrático desde los fines de nuestras guerras civiles hasta el estallido de la tremenda Violencia de mediados de siglo.
Con este bagaje me dediqué a la política, entrando a formar parte del gabinete departamental de Antioquia, en lo que se llamaría más tarde la Alianza Nacional Popular, Anapo, fundada y dirigida por el general Gustavo Rojas Pinilla, a cuya memoria, tan injustamente tratada por los voceros de todos los oficialismos, rindo hoy un cálido tributo de admiración.
El general tiene méritos innegables que la historia rescatará y prolongará cuando se apaguen las pequeñas pasiones y los odios mezquinos de sus contemporáneos. A su lado milité sin desmayo, apoyando vigorosamente la línea de izquierda, que luchaba por impedir que el movimiento cayera en manos del bipartidismo, declinara sus banderas revolucionarias y se plegara a los dictados de la derecha tradicional. En la adopción definitiva de esta dirección democrática tengo algún crédito, que constituye timbre de legítimo orgullo para mi vida de combatiente. Por ello tuve discrepancias definitivas con viejos compañeros, las que sobrellevé con comprensión mientras veía a otros irse de su mando a las filas del establecimiento, a medida que entibiaban y extinguían el fuego del sacrificio.
Y así como en un principio no vacilé en marchar en las filas del Anapismo revolucionario, disuelto este importante capital político del país apoyé al Movimiento Obrero Independiente y Revolucionario (MOIR), que sigue siendo el de mis convicciones y que me llevó en el año de 1978 a ser su candidato presidencial bajo las banderas del Frente por la Unidad del Pueblo (FUP). Desde aquí rindo mi más caluroso tributo de afecto, de agradecimiento y de admiración a todos los hombres y mujeres que me acompañaron, me estimularon, me enseñaron y de quienes aprendí a no retroceder en estas lides tremendas en que desfallece tanto corazón que se creía invencible en el encuentro con la vida. Suya es la presea que hoy me entrega el Congreso, y yo se las dedico con toda el alma. Entre ellos, hay uno, el primero, grande por su honestidad intelectual, por su saber político, por su generoso espíritu revolucionario; desaparecido tempranamente, cuando el país aún no había asimilado los grandes frutos que podría recibir de su vida fecunda, me refiero al inolvidable Francisco Mosquera.
Ninguno como él alcanza sus dimensiones de apóstol y místico, de adelantado de una causa, hombre de luz y de batalla. Su jornada de conductor polémico no solamente lo residencia en la egregia categoría de los fundadores del Partido, sino que lo proyecta armoniosamente sobre la vida universal, de la lucha y del pensamiento. Qué jornada tan inmarcesible, qué poder de adivinación, qué espíritu procero, qué cálido corazón envuelto en llamas. Y qué esplendorosas sus dos facetas de fortaleza y de dulzura. Nuestro fascinante Rubén Darío dijo una vez sobre Antonio Machado esto que yo repito sobre francisco Mosquera: “Fuera pastor de mil leones y de corderos a la vez, conduciría tempestades o traería un panal de miel…”. Así lo he concebido siempre, en ese armonioso choque espiritual.
Una gran satisfacción siento en esta hora: haber luchado por lo que amé, haberlo hecho siempre sin desmayo, no haber traicionado nunca mis convicciones y sentimientos, haber mantenido una sola línea de pensamiento y de acción, a toda costa, desafiando la discriminación, el prejuicio, el halago, la retaliación. Hoy, al final de esta jornada llena de incidencias y de encrucijadas, puedo proclamar que siempre fui fiel a mis primeras emociones, a mis primeros sueños, a mis primeros ídolos, a esos colores sagrados que enarbolé y proclamé en las ebriedades intelectuales de la primera juventud, al lado de los grandes amigos, como Hernando Olano Cruz, el gran maestro Antonio García, de José Jaramillo Giraldo, de Mario Montoya Hernández, de José Roberto Vélez Arroyave y Camilo González Pacheco, y al lado de los grandes talentos que el destino puso en mi primera senda y en compañía de los cuales encendí los primeros fuegos de mi vocación. Esta fidelidad, esta coherencia, esta consecuencia entre mis principios y mis actos es el mensaje que yo quiero rescatar con la venia de ustedes como síntesis de mi trayectoria política y de mi vida.
Ahora, cuando se habla de paz, vuelvo a proclamarlo. No creo en otra que la que nace de la justicia; creo que mientras la injusticia no haya sido extirpada no será posible una paz sincera y duradera. Esa ha sido y será mi bandera, consecuente con lo que siempre creí y proclamé a los cuatro vientos.
Agradezco nuevamente, señor presidente del Congreso, la señalada distinción que me otorga el Congreso de la República por su eminente conducto.