El establecimiento del Frente Nacional entre los dos partidos tradicionales colombianos, después de que se enfrentaron en guerras civiles durante el siglo XIX y de que fue precedido inmediatamente por una década de lucha intensa entre los dos, ha desatado las más disímiles interpretaciones. Tres puntos centrales pueden llevarnos a clasificar estas interpretaciones. Primero, es el punto de que se concibe a los partidos liberal y conservador como partidos pluriclasistas, de lo cual podría deducirse que el Frente Nacional es una expresión más de la interconexión de intereses de dos partidos compuestos por las mismas clases. Tirado Mejía, por ejemplo, dice que: “los partidos liberal y conservador son pluriclasistas por su composición pero en ellos la representación de diferentes clases, o fracciones de clase, implica la imposición de los intereses de la clase dominante” (1). No solamente señala este carácter de pluriclasistas, sino que atribuye al pluriclasismo la explicación del bipartidismo, las coaliciones de diferente tipo tanto en el siglo pasado como en el presente, las divisiones internas de los partidos y la política partidista general en los dos siglos. Por eso, Tirado puede concebir que la alianza contra Melo en el siglo pasado es ya un anuncio del Frente Nacional cien anos después. Es algo así como si fuera el anuncio bíblico del Mesías en los profetas del Antiguo Testamento. El segundo punto se refiere a la concepción de los partidos liberal y conservador como dos agrupaciones amorfas, sin una ideología cohesionante, sin una organización estructuradora, sin mayores diferencias respecto de la sociedad, la economía o la política. Según esto el Frente Nacional no sería sino el acuerdo de los dirigentes que dictan sus orientaciones y señalan el camino en cada momento concreto. Pangloss dice en este sentido que “en el partido liberal colombiano profesan personas de opiniones muy distintas, desde socialistas abiertos hasta tradicionalistas disfrazados. En el conservador se encuentran fascistas declarados y republicanos de la más rancia estirpe. Son coaliciones…” (2). En el mismo sentido se expresa Darío Echandía ante la pregunta de un reportero que le inquiría si el partido liberal se ha venido conservatizando: “Son maneras de hablar. ¿Por qué los conservadores van a ser menos ineptos para hacer política social que los liberales? No. Hay conservadores que parecen socialistas. Entre otros, con todo respeto la Iglesia Católica que no es liberal sino socialista… En cambio los burgueses liberales odian las reformas sociales, odian la memoria del viejo López y se dicen liberales” (3). Y el tercer punto consiste en la idea de que los partidos liberal y conservador han dejado de representar diferentes clases sociales en pugna y que, por el contrario, el Frente Nacional es el resultado de la unificación de la clase dominante, o sea, de la formación y consolidación de la burguesía colombiana como única clase gobernante (4). Esta posición ha hecho carrera en muchos sectores intelectuales, para los que la clase de los terratenientes desapareció del país o nunca existió.
Estas tres interpretaciones de los partidos tradicionales colombianos son, a la vez, tres interpretaciones del Frente Nacional. Coinciden en abstraer el proceso histórico colombiano del proceso general de la transformación que ha sufrido el capitalismo y de su influencia en la lucha de los partidos. En esencia, según estas interpretaciones, los partidos, su composición, su ideología y su comportamiento no han sufrido transformaciones esenciales del siglo pasado a la época contemporánea. Pero, además, el análisis del Frente Nacional no se aparta, substancialmente , de la justificación que han ofrecido los mismos partidos que pactaron esta etapa de nuestra historia. En esto, las tres interpretaciones no solamente están de acuerdo, sino que se complementan. Es indudable que lo que desquicia, en el fondo, estas interpretaciones, es el hecho de que se haya formado un Frente por dos partidos que estuvieron enfrentados, o que aparentaron enfrentarse, durante siglo y medio, pero que en un momento dado resuelven hacer un gobierno compartido, como si se tratara de un partido único de gobierno. Resulta, pues, insoslayable el abordar una interpretación no solamente del carácter del Frente Nacional, sino de los sectores que lo componen y del proceso que condujo a su establecimiento.
1. Carácter de clase de los partidos políticos colombianos
Los partidos políticos surgen en la historia del mundo como producto de la revolución mundial democrático-burguesa, al abrirse paso la lucha por el poder político entre las diferentes clases sociales, una vez que se hubo superado la concepción feudal de que la autoridad provenía de Dios y que, por tanto, correspondía por herencia a sus representantes directos o indirectos. En Colombia, los partidos políticos son también el resultado de la revolución democrático-burguesa en el país, representada por la revolución de independencia y por la lucha que libraron las clases sociales en conflicto durante el siglo XIX frente a los objetivos económicos y políticos de la revolución. Ni los escritores liberales y conservadores del siglo pasado ni los escritores de la “nueva historia” parecen estar en desacuerdo con esta proposición general, no importa que la interpretación sobre el origen de la división en dos colectividades se aparte substancialmente o coincida en muchas ocasiones. Pero el problema central que nos ocupa radica en dilucidar si los partidos son pluriclasistas y si, por tanto, su ideología y su práctica corresponden a intereses de clase contrapuestos o no. A pesar de que Tirado Mejía utiliza una fórmula un tanto ambigua para abordar el problema en el artículo antes citado, sin embargo lo que queda claro de su posición, es que para él los partidos son pluriclasistas. Cuando habla del liberalismo, reafirma su posición inicial y dice: “El esquema explicativo del liberalismo como sinónimo de burguesía progresista, aparte de que olvida la composición pluriclasista de esta agrupación ha permitido a este partido jugar el papel de catalizador de los movimientos populares…” (5). Lo que lleva a Tirado Mejía a tal confusión permanente es la tendencia, primero, a mirar los partidos políticos colombianos con esa visión lineal que ya hemos criticado, partiendo de la época contemporánea para aplicarle los mismos criterios de análisis a los fenómenos de hace siglo y medio que a los de ” hoy y, segundo, en perderse entre la maraña de fenómenos aparentes y menos importantes sin distinguir las contradicciones principales de las secundarias.
Lo que define el carácter de clase de un partido no es, estrictamente, su composición, sino su ideología. Es ésta la que expresa la conciencia de clase de una agrupación política. La fidelidad a esa ideología y la consecuencia con sus intereses de clase se comprueba en la práctica de su actuación política, de sus medidas en el poder y de su actitud frente a los distintos problemas concretos en conflicto. El partido conservador en el siglo XIX adoptó durante todo el período la ideología de la Iglesia Católica, opuesta radicalmente a la ideología liberal, democrática, capitalista. El liberalismo, como ideología, fue condenado en distintas oportunidades por los Papas y se siguió defendiendo la concepción feudal de la sociedad, aunque adaptada a las nuevas circunstancias del mundo. La Iglesia Católica y su ideología fueron proterratenientes. Esto explica, por ejemplo, que se agudizaran tanto las contradicciones entre los dos partidos liberal y conservador, cuando el general Mosquera expropió a la Iglesia de sus inmensos latifundios en 1861 y que este hecho determinara en gran medida la lucha que siguió hasta la época de la “Regeneración” y las grandes guerras civiles que surgieron después de la Constitución de Rionegro. Se trataba de la lucha alrededor de un problema central de la revolución democrática, como era el de la reforma agraria de carácter capitalista, iniciada en esta forma por el general Mosquera. La desamortización de bienes de manos muertas no sólo afectaba a la Iglesia, sino que amenazaba el régimen terrateniente que dominaba en el país desde la Colonia. El régimen fiscal español, el monopolio estatal del comercio y otros puntos de la estructura colonial constituían parte del soporte del régimen terrateniente. La pugna ideológica entre Ezequiel Rojas y Miguel Antonio Caro, uno defendiendo el utilitarismo y otro el escolasticismo, lo que expresa es esta contradicción fundamental (6). El utilitarismo se había convertido en la ideología de los partidos liberales, partidarios del capitalismo y enemigos del feudalismo, defensores de las reformas radicales que impulsaran el desarrollo capitalista y opuestos a la perpetuación del régimen terrateniente. Esa era también la ideología del liberalismo colombiano, del partido liberal colombiano. Las contradicciones que se generaron a raíz de la ideología utilitarista y las inconsecuencias del partido liberal en diferentes etapas, se deben, muy principalmente, a que el utilitarismo respondía en Europa a una burguesía industrial en pleno desarrollo, mientras aquí había sido adoptada por los comerciantes, porque no existía esa burguesía.
El partido conservador representaba la ideología terrateniente, la defendía en todas las formas y la llevó a la victoria después de 1880. Por esta razón interpretamos al partido conservador como el partido de los terratenientes, defensor de sus intereses, ligado al monopolio latifundista de la propiedad privada de la tierra y opuesto a las reformas fundamentales que la pusieran en peligro. La contradicción con el partido conservador no provenía, por tanto, de la oposición a la monarquía o a la aristocracia como parece sugerirlo Tirado. La semejanza esencial entre los latifundistas granadinos y los aristócratas europeos radicaba en su defensa común del régimen de explotación terrateniente, a la cual renunciaron rápidamente los europeos y se aferraron al mantenimiento de la monarquía, problema éste que no tenía vigencia en la Nueva Granada, por lo cual los conservadores estaban en inmejorables condiciones para defender sus intereses económicos. Tirado Mejía coloca la contradicción en su aspecto formal y no en su contenido, el cual consistiría en la defensa de lo que es la esencia del régimen feudal, la propiedad privada de la tierra por los latifundistas (7). Es interesante que en esta confusión coincida con Ospina Rodríguez en su análisis del conservatismo decimonónico. Ospina Rodríguez defiende que no hay diferencias esenciales entre los liberales y los conservadores, distinta de la tolerancia, ya que unos y otros defienden la independencia y la forma democrática de gobierno, pero los conservadores quieren convivir con todos, mientras los liberales quieren arrasar con quienes guardan diferencias sobre puntos secundarios (8). Tanto los conservadores como los liberales son, para Ospina Rodríguez, “liberales”, unos liberales conservadores y otros liberales rojos y, en esta forma, elude el problema central de sus diferencias y sus luchas alrededor del desarrollo de la economía. Cuando Liévano Aguirre y López Michelsen defienden el régimen colonial como un régimen anticapitalista y se colocan contra los liberales radicales del siglo pasado, cometen un error semejante al de Tirado Mejía, aunque con matices ligeramente distintos, y es la de no distinguir el carácter de clase de los partidos. Pero al colocarse Liévano y López con el régimen colonial, se adhieren al partido conservador del siglo XIX, con su ideología anticapitalista, en favor del régimen feudal de explotación terrateniente (9). El partido conservador fue el partido reaccionario del siglo pasado, no porque estuviera apegado a los rezagos aristocratizantes de la monarquía, sino porque se aferraba a la perpetuación del régimen de explotación terrateniente, obstáculo fundamental para el desarrollo del capitalismo, lo cual lo ponía con las fuerzas que en el mundo iban a contracorriente de la revolución democrática, proceso general que determinaba el rumbo de la historia, aun en los aspectos de su desarrollo particular de un país como Colombia. Desde ese punto de vista, no tiene razón Tirado Mejía al tomar el proceso colombiano del siglo XIX como absolutamente diferenciado del proceso europeo (10).
Si el partido liberal fue un partido progresista en el siglo XIX se debió a la defensa que hizo de las grandes reformas exigidas por el desarrollo capitalista, el cual, a pesar de este esfuerzo, no llegó antes del siglo XX. Pero el partido liberal no representaba los intereses de una sola clase. Los comerciantes y los artesanos coincidían en la lucha contra el régimen fiscal de la Colonia y, por ese motivo, coincidieron en el impulso a la revolución democrática en los primeros años de vida independiente. Pero cuando el desarrollo del país exigió la libertad de comercio, única manera de lograr el capital necesario para la inversión en formas más avanzadas de producción industrial, se desató una contradicción irreductible entre las dos clases y el partido liberal se dividió entre radicales y draconianos. Poco a poco los draconianos, representantes de los artesanos, fueron siendo liquidados, hasta quedar el partido liberal como la representación exclusiva de los comerciantes. Esta clase social que propugnaba por el libre cambio, en ausencia de la burguesía industrial, surge en el siglo XIX como la clase social más avanzada y progresista (11). Era porque impulsaba las condiciones necesarias para el desarrollo capitalista que hemos mencionado más atrás, guiándose por la ideología liberal revolucionaria de la burguesía en el período de ascenso del proceso mundial (12). Lo trágico de este proceso radica en que los comerciantes, a diferencia de la burguesía industrial, pueden lucrarse, en un momento dado, tanto de un régimen terrateniente adaptado a las condiciones del comercio internacional capitalista, como de un régimen capitalista dirigido por la burguesía industrial. La confusión de la “nueva historia” a este respecto reside en la consideración de que actualmente la burguesía industrial también se lucra del régimen terrateniente, pero no tienen en cuenta que no es la burguesía industrial la que domina el país, sino la gran burguesía financiera e industrial monopolista que no tiene contradicciones antagónicas con los terratenientes como sí los tiene la burguesía industrial no monopolista. De todas maneras, entre 1861 y 1880 un sector de los comerciantes, en lugar de integrarse al proceso progresivo del desarrollo industrial, se aprovecha de las ventajas obtenidas en la lucha contra el general Mosquera para invertir en la compra de las tierras desamortizadas. Este fenómeno económico es aceptado por los autores de la “nueva historia” y por los historiadores norteamericanos que se ocupan de la época. Pero pasan por alto sus consecuencias políticas en la conformación de los partidos. El partido liberal sufre una nueva división, acaudillada por Rafael Núñez, la del liberalismo independiente, representante de un gran sector de comerciantes cuyos intereses habían ido coincidiendo con los de los terratenientes hasta transformarse plenamente en los de ellos. Así se explica por qué Núñez coincide con el sector más recalcitrante del partido conservador, el que se va a denominar de los conservadores nacionalistas, o pertenecientes al partido nacional fundado por Núñez. El partido liberal traiciona así la revolución democrática. Su último intento de retomar el camino lo hace en la “guerra de los mil días”, pero ya, para entonces, todo un gran sector del viejo radicalismo prefiere negociar con los conservadores en lugar de persistir en la revolución democrática. Más adelante haremos una interpretación de este momento histórico crucial para entender el siglo XX. Ahora lo esencial es tener en cuenta que los vaivenes del partido liberal en el siglo XIX se debieron, primero, a su alianza interna con la clase de los artesanos, clase que no podría jugar un papel histórico progresista y, segundo, a la transformación de un sector de los comerciantes que claudican con la revolución democrática y arrastran a la conciliación la inmensa mayoría del partido liberal.
El partido liberal en el siglo XIX representó los intereses de la clase comerciante y ese fue su aspecto principal, pero en el siglo XX va a tener que sufrir un proceso de acondicionamiento al desarrollo del capitalismo nacional y del capitalismo imperialista. El desarrollo del capitalismo que se opera en Colombia desde principios de siglo da origen a dos clases sociales que no existían antes en el país, a saber, la burguesía y el proletariado. Una, la burguesía, va a dividirse por efectos del dominio imperialista y penetración del capital norteamericano, en burguesía monopolista y burguesía no monopolista o, lo que es lo mismo, en gran burguesía financiera y monopolista y burguesía nacional. El partido liberal va a dejar de representar los intereses de los comerciantes precapitalístas en transición hacia el capitalismo, para apropiarse los intereses de la burguesía. El conflicto inherente al partido liberal durante la primera mitad del siglo XX será el de la lucha entre estos dos sectores de la burguesía, conflicto que no viene a definirse por completo en favor de la gran burguesía sino hasta después del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán. Pero esta lucha dentro del partido liberal no significa que, en algún momento, llegara ese partido a representar los intereses de la burguesía nacional. Los apologistas del partido liberal entre los escritores de la “nueva historia” siempre han presentado a los más connotados jefes del partido liberal, entre ellos a Olaya Herrera, López Pumarejo y Lleras Restrepo, como los representantes de una burguesía industrial progresista y antifeudal. Para el profesor de la Universidad Nacional, Darío Mesa, tan influyente en las nuevas generaciones liberales de sociólogos e historiadores, “en torno al doctor Olaya Herrera se dio lo que podemos llamar el combate antifeudal… La burguesía industrial que acaudillaba el doctor López llegó a 1936 con la gran tarea de liquidar la Colonia y aupar el país hasta los tiempos modernos” (13). Podríamos decir que este criterio es dominante en escritores como Arrubla, Melo, Tirado Mejía, Bejarano, Torres Giraldo, Buenaventura, Oscar Rodríguez y otros. Mesa, en su entusiasmo de ver por fin el ascenso de la burguesía en Colombia exclama: “Ya no es difícil descubrir en la base de todo ello el ascenso de la burguesía industrial. El doctor López la encarnaba como nadie; la encarnba en todo, hasta en su desenfado y su audacia” (14). Sin embargo, la estrecha conexión del partido liberal con el imperialismo norteamericano en el proceso de “modernización” nos lleva a conclusiones diferentes.
Ni Olaya Herrera, ni López Pumarejo, ni Santos, ni Lleras Camargo, ni Lleras Restrepo, ni López Michelsen, ni Turbay, que han encabezado los gobiernos liberales de este siglo, han defendido la ideología burguesa correspondiente a una revolución democrática que garantice la independencia nacional, la reforma agraria contra los terratenientes y los plenos derechos para las masas. Todos ellos, sin excepción de ninguna naturaleza, han sido ideólogos, con mayor o menor brillantez, de la modernización imperialista, de un liberalismo moderno que se ha llamado de “intervencionismo de Estado”, del capitalismo de Estado como agente del endeudamiento externo, de las reformas constitucionales que puedan darle las mayores garantías no sólo al tipo de economía que ha impuesto aquí la dominación norteamericana, sino a los intereses directos del imperialismo. Los gobernantes elegidos por el partido liberal han sido los defensores más acérrimos, más audaces y más consecuentes, de la que hemos denominado “modernización imperialista”. La ideología de la gran burguesía financiera y monopolista es, precisamente, la que ha adoptado el partido liberal en el siglo XX y que comienza a introducir muy lentamente en ese partido nada menos que Rafael Uribe Uribe con sus tesis de “socialismo de Estado”. Acierta, por tanto, en su diagnóstico, Darío Echandía al definir el partido liberal colombiano como “social-demócrata”. Dice Echandía: “Casi todos los que se dicen ‘liberales’, lo que son es ‘social-demócratas’… El liberal es el partido del laissez-faire; ése desapareció del mundo. Aquí quedan algunos pero no los nombro porque se ponen bravos” (15). Pero la socialdemocracia europea fue la que reivindicó desde finales del siglo pasado, como resultado de la corriente “revisionista” de la época, el capitalismo de Estado, que se iría imponiendo más tarde como la estructura política económica correspondiente al monopolio y al predominio del capital financiero. El pretendido “socialismo de Estado”, sin la revolución que le dé el poder al proletariado, es la ideología correspondiente a la burguesía financiera que posee la visión más audaz en la dominación imperialista. Lenin afirma al respecto: “…el error más generalizado está en la afirmación reformista-burguesa de que el capitalismo monopolista o monopolista de Estado no es ya capitalismo, que puede llamarse ya “socialismo de Estado”, y otras cosas por el estilo… Naturalmente, los monopolios no entrañan, no han entrañado hasta hoy ni pueden entrañar una planificación completa. Pero… por cuanto son los magnates del capital quienes calculan de antemano el volumen de la producción en escala nacional o incluso internacional… permanecemos, a pesar de todo, dentro del capitalismo: aunque en una nueva fase de éste, permanecemos indudablemente, dentro del capitalismo- La ‘proximidad’ de tal capitalismo al socialismo… no debe constituir, en modo alguno, un argumento para mantener una actitud de tolerancia ante los que niegan esta revolución y ante los que hermosean el capitalismo, como hacen todos los reformistas” (16).
En el partido liberal ha predominado durante el siglo XX la ideología social-demócrata del capitalismo de Estado y se ha rechazado sistemáticamente la ideología de la revolución democrática. Por esta razón el partido liberal representa los intereses de la gran burguesía financiera burocrática. Así como para la dominación imperialista, el instrumento central ha sido el Estado y lo fue mucho más como agente que propició la entrega del país, en la misma forma el punto neurálgico del debate ideológico dentro del partido liberal lo constituyó, desde principios del siglo, el carácter del Estado. La dominación imperialista ha ido paralela con la transformación del Estado, llevada a cabo, principalmente, por los gobiernos liberales. Sin embargo, dentro del partido liberal se ha desarrollado una profunda lucha para poder imponer la nueva concepción del Estado, la dominación imperialista y el rechazo de la revolución democrática. Primero, esa lucha se dio contra las concepciones del siglo XIX, en las que predominaban los intereses de los comerciantes. Esta clase había adoptado, en esencia, la ideología burguesa de la revolución democrática, a la que traicionó, a finales del siglo. Esta lucha sumió al partido liberal en una crisis grave de transición que desembocó en un partido liberal diferente para la década del treinta. Fue la transición producida por el desarrollo del capitalismo. Pero, al mismo tiempo que se superaba esa crisis, se generaba una nueva, debido al surgimiento en el país de la burguesía nacional con el desarrollo de la industrialización , y de la gran burguesía financiera con el dominio imperialista que iniciaba el endeudamiento externo a través del Estado. La aparición y el desarrollo de las dos burguesías, una ligada por sus intereses económicos al capitalismo nacional, y otra ligada por su necesidad de supervivencia al Estado y al capitalismo imperialista, en forma simultánea, es el fenómeno fundamental que no se puede ignorar si se quiere comprender el proceso de la lucha política, tanto dentro del partido liberal, como de los dos partidos en la historia contemporánea. Dentro del partido liberal surge un sector minoritario y débil, pero importante a medida que se desarrollan las contradicciones del país, que representa los intereses de la burguesía nacional. Nosotros creemos que ese sector lo acaudilla Jorge Eliécer Gaitán, como lo analizaremos detalladamente a su tiempo. La división del partido liberal para las elecciones de 1946, expresa la agudización de la pugna interna. No puede decirse que Gaitán haya sido siempre fiel y consecuente en la representación de los intereses de su clase. En lugar de lanzarse, como lo intentó en un principio, a la formación de un nuevo partido, se integró al liberalismo tomado ya más o menos férreamente por la gran burguesía empotrada en el Estado y, para poder ascender y llegar a tomarse la dirección de ese partido, tuvo que hacer no pocas concesiones que debilitaban su independencia y arriesgaban los objetivos democráticos. En este sentido también Gaitán cayó en las tesis del “socialismo de Estado”, inherentes a la “modernización” imperialista. Después del asesinato de Gaitán, el sector de la burguesía nacional dentro del partido liberal deja de tener expresión. La gran burguesía financiera, monopolista y burocrática queda completamente libre en poder del partido liberal, al cual, de todas formas, había conducido al control del Estado, por primera vez, en 1930 (17). La ideología socialdemócrata del partido liberal ha sido sellada en la práctica por las medidas adoptadas en los gobiernos liberales, varias de las cuales hemos analizado con amplitud.
Por su parte, el partido conservador también tiene que adaptarse a las nuevas condiciones del desarrollo capitalista en el país, el surgimiento de la burguesía y a la aparición de la clase obrera. Para este partido el proceso de adaptación será mucho más traumático, porque su ideología siempre había sido anticapitalista y porque los intereses de los grandes terratenientes se contraponían antagónicamente con el desarrollo de unas clases que podrían amenazar la supervivencia de sus intereses. Sin embargo, un sector terrateniente en Antioquia, dadas las condiciones peculiares en que se desarrolla la actividad minera, el proceso de comercialización y el auge de la colonización hacia el sur (18), se incorpora poco a poco a la industrialización y vira rápidamente hacia la “modernización” imperialista, como es el caso del general Pedro Nel ‘Ospina y la corriente política de los conservadores “históricos”. El surgimiento de este sector dentro del partido conservador conduce en pocos años a una profunda división y pugna interna que se hará más aguda en los momentos en que se sienta en Colombia con mayor fuerza la competencia por la hegemonía mundial entre Estados Unidos y Alemania después de 1935. Un sector dirigido por Laureano Gómez, profundamente enraizados en la ideología terrateniente y otro sector que va agrupándose en tomo de la familia Ospina, cuyo jefe llegará a ser Mariano Ospina Pérez. Mientras Gómez dirigirá el sector recalcitrante de los terratenientes anticapitalistas, ferozmente opuestos a los Estados Unidos, Ospina, que a sus intereses terratenientes familiares añadirá los financieros, se erigirá en el defensor de la “modernización” imperialista, coincidiendo en gran manera con el partido liberal. Por esta razón, Ospina podrá trabajar en su retiro político al que lo obliga el sectarismo de Gómez, aun para sus mismos copartidarios, con la burguesía financiera liberal (19). Gómez se une con todos aquellos que en cualquier momento se coloquen contra el peligro capitalista, venga de donde viniere, no importa si es de los masones, de los norteamericanos, de algunos tímidos miembros del clero que defienden la “modernización”. De esta manera Gómez conduce el partido conservador a su gran crisis, la de 1930 a 1945, crisis de transformación, similar a la sufrida por el partido liberal entre 1880 a 1930. En su lucha contra Estados Unidos, Gómez se pone de parte de los fascistas españoles y, más disimuladamente, de los fascistas italianos y alemanes. Entre 1934 y 1941, Gómez se convierte en una punta de lanza del imperialismo alemán con su posición neutralista a ultranza (20). Alemania libraba una gran batalla por la hegemonía en América Latina y, particularmente, en Colombia, no sólo por el comercio, en donde Alemania era desplazada rápidamente por Estados Unidos, sino también en torno a la aviación comercial latinoamericana que había llegado a convertirse en un sector estratégico de la lucha por la hegemonía mundial y que tenía su centro en Colombia (21). El partido conservador se mantiene unido en este momento por su tradición terrateniente, por el enfrentamiento partidista con rezagos del siglo XIX y porque no ha culminado el proceso de transformación de los dos partidos que tendrá lugar más adelante con la consolidación del control imperialista sobre la economía. Entre tanto, ante las nuevas circunstancias que hacen inevitable la penetración del capitalismo en el país, el partido conservador se vuelve, unas veces tímidamente, otras abiertamente, hacia los movimientos fascistas europeos del veinte al cuarenta. Esta es la forma que adopta la defensa de los intereses de los terratenientes que es común a todo el partido conservador. Aun el sector ”ospinista”, que va ligándose al sector financiero, no deja de representar los intereses de la clase terrateniente, la cual no pierde poder, pero tiene que luchar por mantenerlo adaptado a las nuevas circunstancias. No es que los terratenientes hayan desaparecido como clase ni que hayan perdido su poder político, sino que se han ligado al capitalismo por medio del capital financiero, con lo cual pueden lucrarse de las ventajas del capital y mantener incólume el régimen de la tierra que conviene a sus intereses.
2. Las alianzas de los partidos y de las clases
El Frente Nacional ha institucionalizado la colaboración de los dos partidos tradicionales en el gobierno. ¿Podría, entonces, decirse que el desarrollo del mercado interior y la acumulación de capital con su desarrollo en el capital financiero, llevaron a la unificación de la clase dominante? Esta es una tesis implícita o explícita en la mayor parte de la literatura histórica de izquierda, a la cual hemos hecho referencia reiteradamente. Lo que esta tesis significaría tendría que ver con la unificación de las clases dominantes del siglo XIX en una sola clase, la burguesía. De hecho, esto implicaría que los terratenientes dejaron de serlo y se convirtieron, por fuerza del desarrollo capitalista del país, en burguesía agraria. No habría entonces en Colombia sino una sola clase dominante, la burguesía, y el país, por lo tanto, sería un país capitalista. Se llega así a interpretar la colaboración del partido liberal y el partido conservador en el Frente Nacional como la unificación de la burguesía, determinante dentro de cada uno de los dos partidos, cuyas contradicciones y luchas han sido más aparentes que reales, más tácticas que surgidas de intereses de clases sociales contrapuestas, debidas, preferentemente, a luchas burocráticas o personalistas entre fracciones de la burguesía. Para nosotros el Frente Nacional es una alianza de dos clases sociales, los grandes terratenientes y la gran burguesía financiera y monopolista, cuyos intereses no coinciden plenamente, pero muchos de ellos han llegado a identificarse por fuerza del desarrollo del capitalismo imperialista y de la dominación norteamericana sobre nuestro país. Es de vital importancia, por tanto, mostrar cómo la alianza del Frente Nacional no surgió de un momento a otro, sino que tuvo una preparación concreta en otras alianzas desde principios de siglo y explicar por qué se rompió en diferentes oportunidades. Estas alianzas se empezaron a dar en momentos en que el mercado interior era apenas incipiente y cuando la acumulación de capital no permitía todavía hablar con toda propiedad de una burguesía unificada. No fue por tanto el fenómeno que permitió las alianzas. El factor que llevó a la coincidencia de intereses fue la dominación imperialista, a todo lo largo y ancho del proceso, hasta consolidarse en una alianza necesaria en el Frente Nacional.
El proceso de alianza de los terratenientes y de la gran burguesía financiera ha pasado por tres etapas. La primera etapa, la de la concentración nacional de Olaya Herrera en 1930; la segunda, la de la Unión Nacional de Ospina Pérez en 1946; y la tercera, la del Frente Nacional. Cada etapa tiene sus antecedentes, su proceso y su desenlace, menos la del Frente Nacional, en la que todavía nos encontramos en 1979,
Olaya Herrera, primer presidente liberal de este siglo, lanzó su candidatura y desarrolló su gobierno con un programa de “concentración nacional”, nombró ministros conservadores, entre los que descolló Esteban Jaramillo, destacado economista y ministro de varios gobiernos conservadores, incluido el de Abadía Méndez, y fervoroso defensor de los intereses norteamericanos, al cual Olaya nombró, aun enfrentándose a algunos sectores de su propio partido, el liberal (22). Esta primera etapa, caracterizada por la concentración nacional, es la culminación de una serie de hechos de colaboración entre el partido liberal y el partido conservador. Tanto López Pumarejo como Eduardo Santos patrocinaron la política colaboracionista con los gobiernos conservadores antes de 1930. Durante el gobierno del general Ospina estos jefes liberales libraron una lucha interna para lograr la participación de su partido con los conservadores, movidos por la política de “modernización” del presidente Ospina y ya hemos hecho mención del agrio debate que suscita el sector anticolaboracionista dirigido por el senador Luis Cano, centrado en el problema del endeudamiento externo. Finalmente López y Santos no entraron al gobierno del general Ospina, pero López siguió empeñado en la colaboración con los gobiernos conservadores. Durante el proceso de selección del candidato para las elecciones de 1930, López, que no ocultaba su oposición a Olaya Herrera basado en la participación de éste en el partido republicano de Carlos E. Restrepo, inició conversaciones con los dos candidatos conservadores, Guillermo Valencia y el general Vásquez Cobo, con el objeto de escoger entre los dos para brindarle su apoyo y el del partido liberal (23). La posición colaboracionista del partido liberal no había sido ajena a sus jefes más connotados. Derrotados los liberales en la guerra de los mil días, Uribe Uribe y Benjamín Herrera se convierten en el apoyo principal del general Reyes y el intelectual liberal más prestigioso de la época, Baldomero Sanín Cano, surge como la figura descollante de ese régimen autocrático. Los liberales, bajo la dirección de Benjamín Herrera, proponen y hacen aprobar en la Asamblea Nacional Constituyente y Legislativa, durante sus sesiones de 1905, la prolongación del período presidencial del general Reyes hasta el 31 de diciembre de 1914. Más adelante, Uribe Uribe ordena votar al partido liberal por el candidato conservador José Vicente Concha, después de lo cual acontece su asesinato en pleno centro de Bogotá. Casi todos los gobiernos conservadores de la época, que se han llamado “de hegemonía”, contaron con gabinetes de liberales y conservadores. Todo esto culmina con el nombramiento de Olaya Herrera como embajador en Washington de tres gobiernos conservadores consecutivos, después de haber figurado como Ministro de Relaciones Exteriores en varios gobiernos de esa misma afiliación.
Este proceso de alianza entre el partido conservador y el partido liberal que desemboca en el gobierno de concentración nacional de Olaya, tiene raíces en el fenómeno económico que hemos examinado anteriormente y que denominamos desarrollo del capitalismo nacional. Es indudable que, durante el período de la “Regeneración” de finales de siglo, el sector liberal que todavía se llamaba de los “radicales”, empeñados en la guerra y dirigidos por Herrera y Uribe Uribe, coincide en no pocos intereses con los conservadores históricos de Martínez Silva y Pedro Nel Ospina. En cierta manera esto explica que ambos sectores se hayan opuesto a Núñez y Caro, jefes de la “Regeneración” y hayan llegado a pensar en una alianza para llevar a cabo la guerra conjuntamente (24). Se trataba, entonces, de un sector de los comerciantes en proceso de transformación en industriales y de ese sector de los terratenientes, predominantemente antioqueño, que se interesaba en la industrialización, como lo era el mismo general Ospina. Los vínculos entre Uribe Uribe y el general Ospina quedan claramente al descubierto a raíz del mensaje conciliador y derrotista que Uribe Uribe le deja al retirarse de la plaza de Corozal en la guerra de los mil días ante la implacable persecución que le hace el general (25). Esta coincidencia de intereses vinculados al desarrollo del capitalismo nacional y a los fenómenos que prepararon el surgimiento de la industrialización, expresado en un intento de alianza de los liberales “radicales” y los conservadores “históricos”, cambia radicalmente cuando aparecen los intereses del imperialismo norteamericano, sobre todo, al iniciarse el endeudamiento externo de 1920. El imperialismo norteamericano, a través del proceso ya descrito, produce en Colombia el surgimiento de la gran burguesía financiera empotrada en el Estado antes de que hubiera llegado a su pleno desarrollo la burguesía industrial no monopolista. El partido liberal se inclina por completo ante los nuevos intereses introducidos por el endeudamiento externo y sus consecuencias. Pero esta tendencia hacia Estados Unidos del partido liberal se daba ya, por lo menos, desde el conflicto del Canal de Panamá. Los jefes liberales Vargas Santos y Foción Soto autorizaron las declaraciones de Antonio José Restrepo al The Commercial Advertiser ofreciéndole el Canal a los Estados Unidos, después de que ganaran la guerra y llegaran al gobierno (26). Y el apoyo y la colaboración de los liberales al gobierno de Reyes, connotado partidario de los Estados Unidos, es expresión de la misma tendencia que toma rumbos firmes cuando los representantes de los financieros López y Santos arriban a la dirección de su partido.
En esta primera etapa el proceso ofrece no pocas confusiones que tienen su explicación en la transformación que está sufriendo el partido liberal de un partido representante de los comerciantes precapitalistas en uno representante de la gran burguesía financiera pro-imperialista. El partido conservador se ve cada vez más acorralado ante las exigencias de los nuevos fenómenos que corroen sus cimientos ideológicos anticapitalistas mantenidos por él hasta bien entrado el siglo XX. Esta es una primera etapa de acomodamiento de los dos partidos a las nuevas circunstancias históricas. Por eso puede verse a una figura ascendente del partido conservador como Laureano Gómez aliarse en diferentes oportunidades con los liberales para atacar a aquellos copartidarios que se atreven a coquetear con el “monstruo capitalista norteamericano” o se entregan a él. Así surgía como una figura fiel a sus principios, actitud que le abría camino hacia la dirección del partido, mientras los liberales aprovechaban para recuperar terreno con la oposición a algunos gobiernos conservadores. Pero una vez que la posición norteamericana de Olaya Herrera queda completamente al descubierto y se profundiza la crisis del gobierno liberal por la guerra con el Perú, desaparecen las confusiones ideológicas y se definen por completo las posiciones políticas. Para la década del treinta el partido liberal representa ya a la gran burguesía financiera en rápido desarrollo y patrocina sin ambages la “modernización imperialista”. El partido conservador, por su parte, se encuentra en el momento de la iniciación de su crisis de acomodamiento. Elige como Jefe a Laureano Gómez a su regreso de la embajada en Berlín, rompe radicalmente con el partido liberal y adopta la posición recalcitrante proterrateniente de nuevas tonalidades religiosas. En un momento de lucha profunda por la hegemonía mundial entre el imperialismo alemán y el imperialismo norteamericano, el partido conservador, bajo la dirección de Gómez se opone con toda su fuerza a la influencia del imperialismo norteamericano y adopta posiciones “nacionalistas”, de tinte fascista, que favorecen la posición y los intereses del imperialismo alemán en Colombia (27). En gran medida el rompimiento del partido conservador con el partido liberal se debió a la contradicción de esos dos imperialismos y al conflicto mundial de preguerra por la hegemonía mundial. También era un elemento determinante la transformación del partido liberal en un partido de capitalismo de Estado y el apoyo que Estados Unidos había dado a sus programas y a sus candidatos como en el caso de la candidatura de Olaya Herrera. Cuando Alfonso López Pumarejo, partidario siempre de la colaboración de los dos partidos en el gobierno, ofreció tres ministerios al conservatismo en 1934, entre los cuales incluía el nombre de Ospina Pérez para Hacienda, el Directorio Nacional Conservador, dirigido por Gómez, rechazó la oferta en forma tajante (28). Desde entonces hasta la renuncia de López en 1945, el partido conservador se lanza a la más feroz oposición a los gobiernos liberales de López y Santos.
De 1934 a 1953 vive la historia política de Colombia una etapa durante la cual se manifiestan con toda nitidez las diferentes posiciones ideológicas que expresan los intereses de las clases en conflicto representados por los partidos liberal y conservador del siglo XX. El partido conservador representa los intereses de esos terratenientes que ven un peligro en las fuerzas capitalistas identificadas con la penetración del imperialismo norteamericano. Los ideólogos de este partido que se han quedado sin las ideas que tenían en el siglo XIX recurren a un catolicismo trasnochado, a la hispanidad encamada en Franco, al fascismo de Mussolini, al nacionalsocialismo de Hitler. Las escisiones internas del partido conservador provienen de dos factores: 1) de que un sector de los terratenientes comprende que el imperialismo norteamericano y la penetración del capitalismo imperialista por medio del endeudamiento no pone en peligro el régimen terrateniente, pero que éste tiene que adaptarse a las nuevas condiciones incorporándose a las actividades financieras y a las reformas del Estado; 2) de que este sector se coloca de parte del imperialismo norteamericano en el conflicto mundial por razones del poder de los Estados Unidos en el país y por el carácter estratégico de Colombia para ese imperialismo. El fondo de la división conservadora entre “ospinistas” y “laureanistas” hunde sus raíces en las divergencias de los conservadores “nacionalistas” (es decir, pertenecientes al partido nacional de Núnez) e “históricos” en la última década del siglo pasado, de una parte, y en la posición pronorteamericana de Ospina Pérez, mientras Gómez sostiene el antinorteamericanismo, de otra parte. La derrota del imperialismo alemán, la oposición cerrada que suscita la constitución corporativista que Gómez intenta imponerle al país durante su gobierno, el convencimiento de Gómez después de la segunda guerra mundial de que el imperialismo norteamericano no era el monstruo capitalista sino el defensor de la civilización occidental contra el enemigo socialista, al mismo tiempo propulsor de ideologías muy semejantes a las que lo habían llevado a ponerse de parte del fascismo, y la lucha contra Rojas Pinilla, son factores que posibilitan no solamente la unidad conservadora, sino, sobre todo, la alianza del partido conservador y el partido liberal, ya a finales de la década del cincuenta. Por otra parte, el partido liberal, tal como lo hemos señalado, no solamente desbroza en esta etapa el camino hacia la dominación de la gran burguesía imperialista, sino que consolida sus condiciones económicas para que la burguesía nacional quede sin piso dentro del partido y del país, despejando así la vía para la alianza con los terratenientes. El sector financiero y burocrático que surge de la “modernización” impulsada por los liberales no posee contradicciones antagónicas con los grandes terratenientes. En el fondo, el mismo “parasitismo” improductivo del capital financiero reproduce en nuevas condiciones, el “parasitismo” feudal de los terratenientes. Cuando en 1930 se intenta una alianza de los dos partidos, todavía no se había culminado el proceso de transformación con las características propias del siglo XX. Para 1945, las dos fuerzas habían definido sus posiciones y habían “modernizado” sus ideologías, en términos generales. Es entonces cuando se hace un nuevo intento de alianza, propiciado por Alberto Lleras Camargo que había reemplazado a López Pumarejo en su último año de gobierno y recogido por Mariano Ospina Pérez. Es el inicio de la segunda etapa.
Todos los factores indispensables para la alianza se encontraban listos para las elecciones de 1946 y sólo faltaba encontrar la forma que ella tomaría. En efecto. El imperialismo norteamericano era hegemónico en el mundo y había consolidado su posición dominante en Colombia. El sector terrateniente antinorteamericano del partido conservador ya no contaba con el apoyo ideológico y económico del imperialismo alemán, derrotado en la segunda guerra mundial. Tanto el partido liberal como el partido conservador habían escogido sus candidatos oficiales en tal forma que fueran los más aceptables para la otra parte. Los financistas y los terratenientes habían transitado el camino penoso de reconocimiento ante el país y habían adquirido claridad sobre las nuevas características de la situación internacional y local. Pero sólo un obstáculo se interponía para el éxito de esta alianza tan esperada. Dentro del partido liberal se había fortalecido el sector comandado por Jorge Eliécer Gaitán y no pocos oportunistas veían en el caudillo popular el futuro de su partido y trasegaban en pos de él. Aunque Gaitán se había iniciado en su juventud con el partido liberal, hizo un intento de formar su partido político independiente con el apoyo del movimiento campesino del Sumapaz. La oligarquía liberal hizo todo lo posible por captar y neutralizar a Gaitán, ofreciéndole toda clase de garantías dentro de su partido. Pero las contradicciones iniciales que lo llevaron a separarse de él momentáneamente fueron agudizándose hasta hacerse antagónicas en la campaña electoral de 1946. Gaitán no estaba de acuerdo con el partido liberal, porque éste había llegado a convertirse en el partido de la gran burguesía financiera y monopolista. Tanto por su ideología, por su estilo de masas, como por sus vacilaciones, Gaitán no representaba esa clase social. Era más bien la figura solitaria que representaba los intereses de esa burguesía nacional que se había quedado sin una expresión política muy definida. De todas maneras la oligarquía liberal nunca se imaginó que Gaitán se convirtiera en un verdadero peligro para sus intereses. Jamás calculó que Gaitán obtuviera en las elecciones de 1946 los votos necesarios para hacerle perder a Gabriel Turbay la presidencia. Pero exactamente eso fue lo que sobrevino. Y tras la derrota de Turbay, no queda como alternativa para el partido liberal sino la fuerza popular de Gaitán, quien gana las elecciones de mitaca, logra la mayoría en el Congreso y asciende a la jefatura única del partido. Gaitán no iba a permitir la alianza con los terratenientes, contra los que se había enfrentado durante la década del treinta y todavía perduraba la imagen de la lucha antiimperialista librada por él en torno a la huelga de las bananeras y a la masacre que le siguió. Con Gaitán de por medio, la alianza de la oligarquía liberal-conservadora se volvía, si no imposible, por lo menos, extremadamente difícil. No le quedaba otra alternativa a la alianza gran burgués-terrateniente de la oligarquía liberal-conservadora que eliminarlo y acusar de su crimen al comunismo internacional. Eso fue lo que sucedió. Eliminado Gaitán, no se dio, sin embargo, sino una alianza transitoria, cuando los jefes liberales concurrieron a palacio y llegaron a un acuerdo con Ospina. El pueblo liberal se levantó por todo el país, salieron a la lucha los guerrilleros liberales del Llano, del Tolima y de otras regiones. La oligarquía liberal tuvo que jugar a las dos cartas, la del gobierno y la de los guerrilleros, con lo cual desintegró la alianza y el sector recalcitrante de los terratenientes de Laureano Gómez vio llegada la hora de tomar revancha de las dos décadas anteriores. La violencia, la lucha popular, la insurrección campesina, la reacción terrateniente, el sectarismo partidario entre el pueblo azuzado por los jefes, recorrieron el país y el imperialismo empezó a mirar con preocupación la explosiva forma como se desarrollaba la política colombiana. De ahí que el imperialismo no dude un momento y patrocine, con los sectores liberales y conservadores más fieles a su dominación, el golpe militar del trece de junio de 1953. El gobierno militar fue una forma de alianza, pero se enfrentó desde su iniciación con un obstáculo que no permitió su fortalecimiento, el que no todos los sectores del partido conservador y del partido liberal colaboraron con el golpe militar. No había una institucionalización de la alianza. Tuvo que darse el proceso de desgaste del gobierno militar con el sector de la oligarquía que lo había apoyado y con el imperialismo para que surgiera la fórmula definitiva que consagrara la alianza. Todo el proceso culmina con el establecimiento del Frente Nacional, es decir, con la alianza plebiscitaria de los terratenientes y la gran burguesía financiera, monopolista y burocrática.
Para comprender el proceso seguido por los partidos liberal y conservador en el siglo XX, definido como el de la alianza de los terratenientes y de la gran burguesía, y no como la unificación de la clase dominante en burguesía, es necesario clarificar cuatro elementos: 1) La clase que se fortalece con el desarrollo del capitalismo en el país es la gran burguesía financiera, monopolista y burocrática, clase con intereses contrapuestos antagónicamente a los de la burguesía no monopolista o burguesía nacional. 2) La clase de los terratenientes persiste con su base económica en el monopolio latifundista de la tierra, tiene que adaptarse a las condiciones del capitalismo imperialista, pero, a diferencia de los países capitalistas del siglo XIX que toleraron a los terratenientes o los derrotaron como en Estados Unidos, esta clase mantiene su poder y comparte el gobierno con el sector financiero. 3) El partido liberal, una vez culminado su proceso de transformación del siglo XIX al XX, llega a ser el partido de la gran burguesía, el partido conservador sigue representando a los terratenientes, pero dentro de su seno se desarrolla un sector financiero con vínculos económicos directos con esa gran burguesía representada por el partido liberal. Los financistas y monopolistas representados por el partido liberal provienen, principalmente, de los comerciantes del siglo XIX, mientras los financistas y monopolistas representados por el partido conservador, provienen de los terratenientes que invirtieron en la industria a principios de siglo. 4) Como factor aglutinante, es decir, como factor que crea una franja de intereses comunes, surge la dominación imperialista que actúa en dos sentidos, primero, en el de colocar a los terratenientes en la necesidad de utilizar el capital financiero y ponerse en el camino del desarrollo capitalista por la vía “junker”, y segundo, colocando en el comando de la economía al sector financiero que ejerce el control y desarrolla las políticas encaminadas a obstaculizar el avance del capitalismo nacional.
Es indudable que esta interpretación de la historia política de Colombia implica premisas teóricas fundamentales que es necesario mencionar. La primera tiene que ver con la trayectoria que siguen los terratenientes. La segunda con la relación que establece el imperialismo norteamericano con ellos. La tercera se refiere a la división de la burguesía en dos sectores enfrentados antagónicamente, a saber, la burguesía nacional y la gran burguesía. Sobre estos tres puntos esenciales no damos aquí sino unos elementos básicos que sirvan de guía para la comprensión de la forma como hemos interpretado y vamos a interpretar nuestra historia contemporánea. Para la visión de los terratenientes partimos de la concepción marxista y leninista de que la propiedad privada de la tierra es la base material de esa clase y que el monopolio latifundista tiene un carácter feudal, aun dentro del régimen capitalista de producción. Lo que Marx y Lenin, en este aspecto, señalan como contradictorio es que, desde el punto de vista de los intereses económicos, a la burguesía lo que más le hubiera convenido hacer, hubiera sido suprimir la propiedad privada de la tierra y nacionalizarla para suprimir ese obstáculo al desarrollo del capitalismo; pero que, sin embargo, las razones políticas de tener que liquidar a los terratenientes y poner en peligro también la propiedad privada de todos los medios de producción, los llevan a sacrificar intereses que son inherentes a su clase (29). De ahí que para Marx, Lenin, Stalin y Mao Tse Tung, la eliminación de la propiedad terrateniente no sea una reforma de tipo socialista, sino de tipo capitalista, que le correspondía haberla llevado a cabo a la burguesía, pero que, dadas las condiciones concretas del desarrollo del capitalismo, es una tarea histórica que la lleva a cabo el proletariado. En todos los países capitalistas del mundo los terratenientes han sobrevivido y, apenas ahora, han venido siendo suplantados por los grandes grupos financieros que hacen de terratenientes y capitalistas imperialistas al mismo tiempo, como sucede en los Estados Unidos. En Colombia no sólo los terratenientes sobrevivieron al desarrollo del capitalismo, sino que mantuvieron el régimen de explotación terrateniente de carácter feudal basado en el monopolio latifundista incultivado de la tierra, fenómeno que no sucedió en los países capitalistas que se desarrollaron en el siglo XIX. Esto puede probarse con el solo hecho de examinar las estadísticas sobre tenencia de la tierra en Colombia y comprobar que siete mil terratenientes monopolizan más de doce millones de hectáreas, de las cuales no están cultivadas sino un poco más de ochocientas mil y que apenas cuatro millones y medio de hectáreas de un área cultivable de treinta y cinco millones, tienen algún cultivo distinto de pastos naturales. Estadísticas tan simples como éstas aterrarían a economistas clásicos burgueses como Smith y Ricardo, pero inducen a los economistas imperialistas a pensar mejor en la reforma de la producción en las parcelas campesinas o a ciertos intelectuales a defender que, en Colombia, ha desaparecido la clase terrateniente o se ha convertido en burguesía agraria (30). La diferencia entre la supervivencia de los terratenientes en los países capitalistas y los países semifeudales consiste en que en estos últimos permanece el régimen de explotación terrateniente y en los primeros se sujeta al régimen capitalista por medio de la reforma agraria y el arriendo capitalista. El papel del imperialismo norteamericano ha consistido en propiciar un tipo de “modernización” que deje intacto este régimen de propiedad agraria. A lo más que ha llegado es a proponer una reforma agraria que escamotee el problema principal de liquidar este régimen terrateniente y permita canalizar el capital financiero para crear la necesidad de una mayor importación de capital, en una forma semejante a como Stolypin, el famoso ministro de los zares, antes de la revolución, impulsaba una reforma agraria en Rusia, para neutralizar a los campesinos políticamente, someterlos al capital y preservar el régimen de explotación terrateniente con sus características feudales esenciales (31). Pero el imperialismo también ha impulsado programas como el del fomento a la aparcería feudal y la preservación del régimen minifundista (32). En esto consiste, exactamente, la alianza del imperialismo con los grandes terratenientes.
3. Nota sobre la revolución democrática en Colombia
La esencia de la revolución democrática en el plano económico radica en la destrucción del régimen de explotación terrateniente, objetivo que no se consigue sino con una reforma agraria de carácter revolucionario. A la consecución de esta meta se supeditan las demás medidas que exijan las condiciones concretas, todas tendientes a obtener el capital necesario para la inversión industrial y a liberar la mano de obra necesaria para la explotación capitalista. De todas maneras, sin la liquidación del régimen terrateniente resulta imposible el desarrollo de una economía capitalista o de una economía socialista. Es una condición de tipo material absolutamente indispensable para la construcción de una nueva economía. Las tareas políticas no son sino la consecuencia de esta necesidad material, no importa que, en el tiempo, deban proceder a la ejecución completa de la reforma agraria. Pero el carácter social de esta reforma, es decir, de la liquidación del régimen de explotación terrateniente, es burgués, capitalista, y no de naturaleza proletaria, socialista. Tanto Marx como Lenin y Mao Tse Tung, desarrollaron una teoría revolucionaria sobre esta premisa fundamental. Para Rusia, Lenin planteó una revolución en dos etapas, una democrática, cuyo objetivo central es orientada a la destrucción del régimen terrateniente y, de ahí, la alianza de la clase obrera con el campesinado, y otra socialista, dirigida a la construcción de una economía colectiva y de todo el pueblo. En 1912 decía: “El ‘problema agrario’ engendrado por tal estado de cosas consiste en suprimir los restos de la servidumbre, que se han convertido en un obstáculo insoportable para el desarrollo capitalista de Rusia. El problema agrario en Rusia consiste en transformar radicalmente la vieja propiedad agraria medieval, tanto la latifundista como la campesina parcelaria. Y esta transformación ha devenido absolutamente indispensable como consecuencia del atraso extremo de esta propiedad agraria, de la discordancia extrema entre ella y todo el sistema de economía nacional, que se ha hecho capitalista… La transformación, en todo caso y en todas sus formas, no puede dejar de ser burguesa por su contenido, por cuanto toda la vida económica de Rusia es ya burguesa, y la propiedad agraria se subordinará ineludiblemente a ella, se adaptará inevitablemente a los mandatos del mercado, a la presión del capital, todopoderoso en nuestra sociedad actual. Pero si bien la transformación no puede dejar de ser radical, no puede dejar de ser burguesa, queda aún por resolver cuál, de las dos clases directamente interesadas, los terratenientes o los campesinos, llevará a cabo esta transformación o la orientará, determinará sus formas…” (33). Lenin respondía a este interrogante señalando que el campesinado era la única clase que podría darle una solución que conviniera a todo el pueblo, que fuera rápida, y que sacara a Rusia de su atraso feudal, pero que tenía que ser dirigido por el proletariado, ya que el campesinado puede quedar preso de sus vacilaciones o caer en manos de las utopías populistas y liberales. La utopía liberal consiste en “el deseo egoísta de los nuevos explotadores de compartir los privilegios con los viejos explotadores… De ahí la infinita serie de equívocos, mentiras, hipocresía y cobardes evasivas de toda la política de los liberales, que deben jugar a la democracia para atraerse a las masas, pero que, al mismo tiempo, son profundamente antidemocráticos, profundamente hostiles al movimiento de las masas…” (34). Y la utopía populista que es “socialistera”, es el “sueño del pequeño propietario, que ocupa una posición intermedia entre el capitalista y el obrero asalariado, de suprimir la esclavitud asalariada sin lucha de clases, expresa la aspiración de acabar definitivamente con los antiguos explotadores feudales y es la falsa esperanza de eliminar ‘a la vez’ a los nuevos explotadores, a los capitalistas” (35). Se trata del socialismo utópico, falso. Así como la utopía de los liberales corrompe la conciencia democrática de las masas, la de los populistas, corrompe su conciencia socialista (36). La diferencia entre las dos reside en que la utopía populista contribuye a la revolución en su etapa democrática, porque expresa “en la época de la transformación burguesa” (en que se encontraba Rusia en 1912) “el afán de lucha de las masas campesinas”, mientras la utopía liberal no hace sino desviarla y neutralizarla (37).
A la esencia misma de la revolución democrática, la dominación imperialista de la nueva etapa del capitalismo, ha añadido el problema nacional consistente en la liberación del imperialismo. Así como el carácter social de la lucha contra el régimen de explotación terrateniente es burgués, en igual forma lo es la lucha por la liberación nacional. Los dos problemas están indisolublemente ligados por la naturaleza de la dominación imperialista en los países atrasados. Correspondió históricamente a Mao Tse Tung, clarificar completamente este problema en el proceso de la revolución china que enfrentó el problema democrático y el problema nacional. En esta forma Mao Tse Tung incorporó a la teoría marxista la “revolución de nueva democracia” como el camino de todos los países atrasados y dominados por el imperialismo, a los que nosotros denominamos, siguiendo a Mao, países semifeudales y neocoloniales. La revolución “de nueva democracia” es una revolución nacional y democrática cuyo contenido material radica en la lucha contra la dominación económica imperialista y contra el régimen de explotación terrateniente, los dos obstáculos fundamentales que afronta todo país atrasado y dominado por el imperialismo. Siguiendo a Lenin, Mao plantea que esta revolución, cuyo contenido es democrático y burgués, no puede ser dirigida por la burguesía ni por la pequeña burguesía, ni por el campesinado, sino que debe serlo por el proletariado, no importa lo poco numeroso que sea, para que pueda pasar a su etapa de revolución socialista (38). Es el mismo caso de Rusia, al cual se le añade la lucha por la liberación nacional que no existía entonces allí, porque Rusia no era un país neocolonial. La revolución en dos etapas, una democrática y otra socialista es, precisamente, la refutación más acabada de la utopía populista “socialistera” y de la utopía liberal antidemocrática.
En el siglo XIX la caracterización de los dos partidos políticos colombianos tenia que definirse sobre la base de la posición que adoptaran frente a la revolución democrática. No hay dudas al respecto. El único partido que se colocó en favor de ese objetivo fundamental fue el partido liberal, con todas las vacilaciones inherentes a los comerciantes, a falta de una burguesía industrial. Una dirección de esta naturaleza condujo a la claudicación de un sector que degeneró en el partido independiente de Núñez y, más tarde, en el partido nacional. No solamente se trató de una claudicación, sino de una traición a la revolución democrática. Pero en el siglo XX, una caracterización del partido liberal y del partido conservador tiene que partir de sus posiciones ante la revolución nacional y democrática, o sea, ante la liberación nacional y la liquidación del régimen de explotación terrateniente. De la ausencia de esta perspectiva, principalmente en la llamada “nueva historia”, se ha seguido una serie de falacias sobre la historia colombiana de la época contemporánea, las más fundamentales son las siguientes: 1) El partido conservador es el representante de la reacción y el partido liberal del progreso social. 2) Alfonso López es la “revolución en marcha” y representa la burguesía industrial nacional progresista. 3) Jorge Eliécer Gaitán fue el ala radical del partido liberal, pero su lucha política no defiere substancialmente de los otros Jefes liberales. 4) La época de la violencia fue, esencialmente, una lucha entre el partido liberal que defendía al pueblo y el partido conservador que defendía a la oligarquía. 5) El partido liberal, como colectividad de avanzada, se ha ganado la mayoría electoral y, por tanto, salvaguarda al país de la reacción conservadora. 6) El partido liberal ha sido el motor que ha convertido a Colombia en un país capitalista. 7) En los gobiernos compartidos del Frente Nacional, los ministros liberales han sido, en general, el ala democrática del gobierno. 8) El liberalismo colombiano es el aliado natural de la revolución democrática.
Basta medir la trayectoria del partido liberal con la medida de la revolución nacional y democrática, para que estas falacias se descubran. El partido conservador, igual que en el siglo XIX, en ningún momento ha defendido los objetivos fundamentales del progreso en Colombia. Siempre estuvo contra la revolución democrática y su posición no se ha modificado en la época contemporánea. Más aún, la lucha proterrateniente que desarrolló durante la primera mitad de este siglo y su decidido apoyo al imperialismo norteamericano desde el fin de la segunda guerra mundial lo hacen tan reaccionario como en el siglo pasado. Los autores de la “nueva historia”, en general, están de acuerdo con esta apreciación. Pero, en cambio, se convierten en los apologistas abiertos o velados del partido liberal, de sus dirigentes y de sus gobernantes. Unas veces saliendo en abierta defensa de su supuesto progresismo; otras disculpando sus entregas, vacilaciones y claudicaciones; otras callando o silenciando sus traiciones. De la primera posición son típicos los trabajos de Darío Mesa y Mario Arrubla, de la segunda, Gerardo Molina, de la tercera, Jorge Orlando Melo y Alvaro Tirado. Lo que la “nueva historia” no dice del partido liberal es que traicionó la revolución democrática y abjuró de la liberación nacional. Su traición se plasma en su alianza con el partido conservador, eliminando de sus programas y de su lucha política el objetivo de la liquidación del régimen terrateniente. La legislación agraria de López y de Lleras Restrepo apuntó a la neutralización del movimiento campesino y a la apertura de la agricultura para el capital financiero, favoreciendo así el régimen terrateniente que permaneció intacto. Fue eminentemente política en busca del apoyo campesino, por una parte, y totalmente antinacional en obediencia a los pedidos del imperialismo norteamericano. Su abjuración de la liberación nacional proviene de su táctica tendiente a modernizar el país por medio del endeudamiento externo que entregó el país al control y dominio del imperialismo norteamericano. No solamente la ideología que adoptó el partido liberal desde comienzos de siglo basada en el impulso al capitalismo monopolista de Estado, sino todo su esfuerzo de ponerlo al servicio de los intereses norteamericanos en todos los gobiernos a su mando o con su colaboración, convierten al partido liberal en un partido tan reaccionario como el partido conservador. Más aún, el partido liberal se yergue en el siglo XX como el adalid de la “modernización” imperialista y en ese sentido, libra una batalla con el partido conservador para someterlo a las condiciones de la *’modernización” antinacional. Gran parte de las luchas de los partidos tradicionales se explican por esta contradicción y por este proceso de acomodamiento.
Desde comienzos de su aparición a principios de siglo la clase obrera colombiana ha librado grandes batallas por la revolución democrática y contra el imperialismo norteamericano. Sus luchas han constituido la base para su desarrollo orgánico y político a todo lo largo de este siglo. En primer lugar, la clase obrera lucha en el contexto nacional por lograr su reconocimiento como una clase nueva en el panorama colombiano. Su aparición y primer desarrollo parten no solamente del avance del capitalismo nacional, sino también del desenvolvimiento del capitalismo imperialista. A diferencia de la burguesía nacional, la cual sólo se nutre del capitalismo no monopolista, la clase obrera brota por todas partes en el país como resultado de los dos capitalismos. En segundo lugar, la clase obrera, recién surgida, inicia su batalla por el reconocimiento de sus reivindicaciones económicas y políticas básicas en el campo del desarrollo capitalista, como son los derechos de asociación, movilización, contratación colectiva y huelga. En esta etapa surgen las primeras organizaciones centralizadas. El partido liberal es el primero en comprender que el reconocimiento de esas reivindicaciones, así sea en forma recortada, puede representarle un avance electoral, difícilmente reversible, el cual colocará a la clase obrera bajo su influencia. En tercer lugar, la clase obrera se lanza en forma decidida y osada a la toma de conciencia de su propia clase, al esclarecimiento de su ideología propia, a su organización independiente de clase en su partido político autónomo que defienda sus intereses estratégicos y que supedite a ellos todas las demás luchas intermedias y reivindicatorias. Ha sido este un proceso lento y doloroso. La etapa de su reconocimiento como clase se extiende hasta comienzos de la década del treinta, la del reconocimiento de sus reivindicaciones hasta la década del sesenta y de ahí en adelante la organización de su partido de clase como partido independiente. No fue antes de 1965 el surgimiento de ese partido del proletariado. Las organizaciones políticas que se autodenominaron representantes de la clase obrera, por cuyo control pugnan lo mismo la gran burguesía que los terratenientes o la pequeña burguesía, tales como el partido socialista o el partido comunista, siempre siguieron los principios del liberalismo, se mantuvieron a su cola, y favorecieron el avance del partido liberal. Por el hecho de no haber nunca distinguido entre la burguesía nacional y la gran burguesía imperialista, por el error de haber considerado el partido liberal el sector progresista de las clases dominantes, por haber aceptado que la revolución democrática y nacional puede lograrse sin la toma del poder, siempre hicieron concesiones en los intereses fundamentales de la clase obrera con la ingenua disculpa de atraerse a los sectores más avanzados de ese partido. El resultado salta a la vista. En lugar de atraer a los cuadros liberales, el partido liberal ha sido lo suficientemente capaz de neutralizarlos y absorberlos. La estrategia política de Alfonso López Pumarejo en su carta a Nemesio Camacho en 1928, ya citada, se cumplió paso a paso y sigue los efectos más perniciosos en las filas de la clase obrera. El partido liberal tomó las banderas reivindicativas, las barnizó de liberalismo, ablandó a quienes se decían representantes de la clase obrera, y avanzó hasta convertirse en el partido mayoritario electoralmente, dejando desarmados a los revolucionarios. Sólo la influencia de la revolución china y la traición de los dirigentes soviéticos desde Krushov, pusieron de manifiesto el liberalismo predominante en el partido comunista colombiano y le abrieron los ojos a la clase obrera, que desde la década del sesenta se lanza sin vacilaciones a la construcción de su partido y a la educación de las masas para el avance del proceso revolucionario.
Es indudable que cada clase tiene su versión de la historia. En Colombia dominó por mucho tiempo en las escuelas y colegios la versión propia de los terratenientes. Sólo muy recientemente va desarrollándose y abriéndose paso la visión histórica de la gran burguesía imperialista. Su más connotado autor es Indalecio Liévano Aguirre. Pero también la pequeña burguesía o clase media, compuesta más que todo por intelectuales, se arroja a la palestra. La “nueva historia” que unas veces bebe en la interpretación propia de la gran burguesía y mantiene por momentos posiciones de los terratenientes, también adopta no pocos puntos de la versión propia de la clase obrera. Entre la historia elaborada por la gran burguesía y la pequeña burguesía se dividen su influencia en la educación colombiana. La visión histórica propia de la clase obrera está ausente de las escuelas y apenas va desbrozando un camino verdaderamente tortuoso, propio de una clase que dirige el proceso de la revolución.
NOTAS
(1) Tirado Mejía, “Colombia: Siglo y medio de bipartidismo”, en Colombia hoy, Siglo XXI Editores, Bogotá, 1978, págs. 105-106.
(2) Pangloss, “Temas de nuestro tiempo”, El Espectador, septiembre 15 de 1978; en esta dirección se inclinan la mayoría de los historiadores positivistas norteamericanos interesados en nuestra historia. Ver, por ejemplo, Frank Safford, “Aspectos sociales de la política en la Nueva Granada, 1825-1850″, en Aspectos del siglo XIX en Colombia, Ediciones Hombre Nuevo, Medellín, 1977.
(3)”Echandía sobre el partido liberal”, El Tiempo, julio 24 de 1978.
(4) Departamento de Sociología, Facultad de Ciencias Humanas, op. cit.: “Durante los últimos cincuenta años avanza la unificación política de la clase dominante sobre la base del proceso de concentración y acumulación de capital que se realiza en la formación del mercado interior, unificación que corre paralela al desarrollo de la lucha de clases”, pág. 102.
(5) Tirado Mejía, op. cit., pág. 116 (el subrayado es nuestro).
(6) Ver para profundizar en el debate ideológico más importante del siglo XIX, Jaramillo Uribe, El pensamiento colombiano en el siglo XIX, Editorial Temis, Bogotá, 1964; Gustavo Humberto Rodríguez, Ezequiel Rojas, Editorial ABC, 1970.
(7) Op. cit., pág. 115. “La aplicación de la oposición: liberalismo progresista expresión de los intereses de la burguesía comerciante o industrial, y conservatismo retardatario, expresión de los latifundistas, es gran parte trasposición mecánica de la situación europea de los siglos XVIII y XIX… Ni por las relaciones denominación, ni por su poderío económico y social puede asimilarse a los latifundistas granadinos con los aristócratas europeos del siglo XVIII o XIX”. Ibid.
(8) Mariano Ospina Rodríguez, “Los partidos políticos en la Nueva Granada”, en Jaime Jaramillo Uribe, Antología del pensamiento político colombiano, t.1, págs. 117-148.
(9) Ver Liévano Aguirre, Los grandes conflictos sociales y económicos de nuestra historia, Edit. La Nueva Prensa, Bogotá, t.1; López Michelsen, op. cit., Primera Parte.
(10) Tirado Mejía, op. cít., pág. 115.
(11) Lo que define el carácter progresista de los comerciantes en la lucha política del siglo XIX es el ataque frontal al régimen fiscal de la Colonia, las reformas sociales, y la defensa del librecambio. A diferencia de la mayoría de los historiadores de la “nueva historia”, consideramos que el librecambio fue progresista, posición que defendió Marx en el análisis de las condiciones del siglo XIX: “Pero, en general, en nuestros días, el sistema proteccionista es conservador, al paso que el librecambio es destructor. Este régimen desintegra las antiguas nacionalidades y lleva a sus últimas consecuencias el antagonismo entre la burguesía y el proletariado. En una palabra, el sistema de la libertad de comercio acelera la revolución social. En este sentido, exclusivamente, emito yo mi voto, señores, en favor del librecambio”, Carlos Marx, “Discurso sobre el problema del librecambio”, en Escritos económicos varios, Editorial Grijalbo, México, 1962, pág. 335.
(12) Ver cap. 2°, aparte 1.
(13) Darío Mesa, op. cit., págs. 134-135.
(14) Ibid., pág. 136.
(15) Darío Echandía, El Tiempo, julio 24 de 1978.
(16) Lenin, “El Estado y la revolución”, Obras escogidas. 3 vol. Editorial Progreso, Moscú, v. 2.
(17) No puede confundirse en todo este debate el concepto de “burguesía nacional”, con “burguesía nacionalista” o “antiimperialista”. El primer término se refiere a la burguesía no monopolista, la cual, por supuesto en el proceso productivo, económico, sufre el embate del imperialismo, aparte de la actitud que tome políticamente la burguesía. El segundo término se refiere a una actitud política, a una posición consciente que puede reflejarse en su organización política o en su participación activa en la lucha por el poder. Nosotros consideramos que, en Colombia, la burguesía nacional es la dueña de la pequeña y mediana producción capitalista, cuyo carácter no es monopolista y que existe como clase, aparte de su posición política determinada, la cual puede estar con el imperialismo en un período o contra él en un momento dado.
(18) Ver James J. Parsons, La colonización antioqueña en el occidente de Colombia, Banco de la República, Bogotá, 1961; Alvaro López Toro, Migración y cambio social en Antioquia durante el siglo XIX, CEDE, Universidad de los Andes, Bogotá, 1968; José Fernando Ocampo, Dominio de clase en la ciudad colombiana, Editorial La Oveja Negra, Medellín, 1971, cap. I”.
(19) Departamento de Sociología, Hipótesis generales derivadas del estudio exploratorio del período 1920-1970, febrero de 1971, Bogotá, págs. 106-108. Ospina, mientras dura la jefatura de Gómez en esta época, con la cual está en desacuerdo, funda la Federación de Cafeteros, la Caja Agraria, en unión de liberales y se integra a una serie de negocios de este tipo con ellos.
(20) Gómez decía de Hitler en 1941: “Su obra la he contemplado a la distancia, y me parece gigantesca, para haber realizado lo que ya tiene hecho en tan pocos años. Si gana la guerra, será sin lugar a dudas, el hombre más grande de la historia, pero si la pierde será un héroe común, a pesar de todo lo que ha llevado a cabo…”, El Siglo, 26 de enero de 1941.
(21) Ver Randall, op. cit., cp. 7.
(22) Carlos Lleras Restrepo, op. cit., págs. 36-40.
(23) Julio Holguín Arboleda, Mucho en serio y algo en broma, Editorial Pío X, Bogotá, 1959, págs. 227-236.
(24) Eduardo Rodríguez Piñeres, Diez años de política liberal. 1892-1902, Editorial Antena, Bogotá, 1945, passim; Carlos Martínez Silva, Por qué caen los partidos políticos, Imprenta de Juan Casis, Bogotá, 1934; Eduardo Santa, Rafael Uribe Uribe, Editorial Bedout, Medellín, 1968, 2a. edición, capítulo undécimo.
(25) Entre otras cosas dice Uribe: “A propósito: me complace tenerte por contrincante. Entre los dos no perderemos esfuerzo por civilizar la guerra… En cuanto a relaciones entre los dos, quedan por mi parte establecidas para todo objeto útil o de interés común. No en vano habremos sido condiscípulos y amigos de toda la vida; y aunque tendría yo derecho a guardarte rencor por querellas de juventud en que te excediste, los años han dejado caer sobre ellas capas sucesivas de ceniza fría”. Santa, op. cit., pág. 250.
(26) Jorge Villegas y José Yunis, op. cit., pág. 36.
(27) Ver Silvio Villegas, No hay enemigos a la derecha, materiales para una teoría nacionalista, Editorial Zapata, Manizales, 1937; a este respecto es muy elocuente el libro de Laureano Gómez, El cuadrilátero, Mussolini, Hitler, Stalin, Gandhi, Bogotá, 1953; David Bushnell, Eduardo Santos and the Good Neighbor, 1938-1942, Grainsville, 1967.
(28) Lleras Restrepo hace un recuento detallado de este proceso y publica las dos cartas, la de López y la respuesta del directorio conservador dirigido por Gómez, ver op. cit., págs. 232-242.
(29) Lenin, “Carlos Marx”, Obras escogidas, 3 vol., Editorial Progreso, Moscú, 1960. vol. I, págs. 43-47; ver Marx, El capital, t. III, Sección sexta; Marx, Historia crítica de la plusvalía, 2 vol., Editorial Cartago, Buenos Aires, 1956.
(30) Ver, por ejemplo, Kalmanovitz, “Desarrollo capitalista en el campo colombiano”, en Colombia hoy; Bejarano, “Orígenes del problema agrario”, en Biblioteca Básica Colombiana, La agricultura en el siglo XX, Instituto Colombiano de Cultura, Bogotá, 1976. Hago referencia a programas como la llamada “revolución verde” auspiciada para el mundo subdesarrollado por la fundación Rockefeller y el Banco Mundial, adaptados a Colombia en el DRI (Desarrollo Rural Integrado), puesto en marcha por el gobierno de López Michelsen y continuado por Turbay como el punto central de la política agraria.
(31) Lenin, “El programa agrario de la socialdemocracia en la primera revolución rusa de 1905 a 1907”, Obras completas, t. XIII.
(32) La ley de aparcería del gobierno de López Michelsen, discutida y aceptada por los dos partidos en el llamado Pacto de Chicoral.
(33) “La esencia del problema agrario en Rusia”, en el Problema de la tierra y la lucha por la libertad, Editorial Progreso, Moscú, págs. 14-15.
(34) “Dos utopías”, ibid., pág. 26.
(35) Ibid., pág. 28.
(36) Ibid., pág. 27.
(37) Ibid., pags. 26-28.
(38) Ver Mao Tse-Tung, “La revolución china y el partido comunista de China”, Obras escogidas, vol. II; “Sobre la nueva democracia”, ibid.; “Sobre la situación actual y nuestras tareas”, vol. IV; “Sobre el gobierno de coalición”, vol. III; etc.