Por José Fernando Ocampo T., noviembre 27 de2002
“Las víctimas de los ataques del 11 de septiembre no murieron en vano, por eso renovamos nuestros compromisos de ganar la guerra que comenzó aquí.” George W. Bush
El famoso historiador norteamericano Arthur Schlesinger Jr. denomina la Guerra contra el Terrorismo de Bush la Tercera Guerra (El Tiempo, “Lecturas dominicales”, 8 de septiembre de 2002), pero realmente es la Cuarta Guerra. La Primera Guerra Mundial, 1914-1919, no la ganaron solamente Inglaterra y Francia, sino también Estados Unidos que participaba por primera vez en una gran confrontación. Pero engendró a Hitler y abrió el camino a la Revolución de Octubre en Rusia. La Segunda Guerra Mundial, 1939-1945, tampoco la ganaron Inglaterra y Francia, sino Estados Unidos, a pesar de haber entrado un año tarde. Pero dio origen a la Revolución China. La Guerra Fría enfrentó a Estados Unidos y la Unión Soviética por toda la geografía mundial y se extendió hasta la desaparición entonces de la más grande potencia armamentista de la historia, con la caída del muro de Berlín en 1989. Estados Unidos surgió de ahí como el poder hegemónico militar y económico del mundo. Y George W. Bush se embarcó hace un año en la Guerra contra el Terrorismo. Es la cuarta guerra del último siglo. No se sabe a dónde llegará. Por ahora sólo han sido derrocados los Talibanes en Afganistán e Irak está en la mira de los estadounidenses. Pero por todo el mundo democrático se ha ido arreglando la legislación para acomodarla a la guerra contra el terrorismo.
Cada una de estas conflagraciones posee su peculiar característica. La Primera envuelve a toda Europa, parte de Asia y de Africa. Ha quedado atrás el colonialismo, no existen zonas territoriales sin repartir, han surgido los grandes monopolios en Francia, Inglaterra y Estados Unidos, en Alemania lleva ya el capitalismo de Estado más de dos décadas, y el capital financiero recorre el mundo en miles de formas. Es un forcejeo bélico por una nueva repartición de las zonas de influencia que modifica sustancialmente el mapa de Europa. Lenin, que sacó la mayor ventaja de las condiciones del enfrentamiento mundial con la revolución de 1917, la denominó “una guerra interimperialista”en lugar de una guerra patriótica como la consideraron los socialdemócratas de entonces. Lo que se modifica esencialmente en la Segunda es que Alemania se convierte en una potencia agresora y en una amenaza fascista. Esto obliga a una alianza de los países imperialistas agredidos con la Unión Soviética, el primer país socialista de la historia. Así es derrotado el fascismo. De igual manera como Lenin había aprovechado las condiciones favorables para la revolución, así Mao Tse-Tung llega al poder en China, el país más poblado de la tierra.
En esencia, la tercera guerra es la “fría”, porque no se enfrentan una contra otra directamente las dos potencias contendientes, Estados Unidos y la Unión Soviética, sino que se diversifican en más de ciento veinte guerras indirectas regionales por el predominio de zonas de influencia. Mientras Estados Unidos saca ventaja de su dominio económico financiero y comercial, la Unión Soviética, después de convertirse en un país socialimperialista a la muerte de Stalin, se lanza a una competencia armamentista sin precedentes históricos por el dominio del mundo. Ronald Reagan y Henry Kissinger aceptan el desafío y la estrangulan económicamente hasta someterla, después de cuarenta años de forcejeo. El dominio hegemónico estadounidense que sobreviene como consecuencia del desplome de la Unión Soviética, desemboca en el atentado del 11 de septiembre contra las torres gemelas de Nueva York. Es una herida en el centro financiero y militar mundial, símbolo del poderío y de la hegemonía. Allí tenían sus oficinas unas de las más grandes firmas del capital financiero y allí permanece el Pentágono después de haber sobrevivido al ataque.
Ha surgido una nueva guerra. No lleva sino un año. Por primera vez los enemigos no se conocen entre sí. Puede haber comenzado una nueva etapa histórica. Como dice el historiador británico Eric Hobsbawn “los ataques al Pentágono y al World Trade Center transformaron la situación mundial, no en sí misma, pero si por la manera en que Estados Unidos decidió reaccionar, a saber: declarándose la potencia dominante en el mundo, preparada para usar su enorme supremacía en tecnología militar para intervenir mediante la fuerza armada en cualquier parte del globo.” (Semana, septiembre 9 a 16, 2002, No. 1062). Es una guerra mundial, porque es en todo el planeta, aunque no enfrente a las principales potencias. No importa que no haya cambiado la globalización imperialista, sino que se haya intensificado. No importa que no se haya moderado la libertad de comercio y el flujo de capitales, sino que haya tomado más auge. Como la primera, la segunda y la tercera, ya la recolonización de la mayoría de los países del mundo por Estados Unidos se ha agudizado. ¿Seguirá profundizándose? ¿Se hará cada vez más intensa? ¿Llegará a límites más brutales? ¿O de pronto será el principio del fin del imperio, como dijo Churchill en la Segunda Guerra Mundial cuando se inició la reacción aliada en Normandía? Es la primera vez que Estados Unidos es atacado en su territorio continental y es la primera vez que el centro físico financiero mundial recibe un ataque directo.
El próximo artículo: Las cuatro guerras del último siglo (II). Lo que desapareció o entró en decadencia.