José Arlex Arias, Cartagena, diciembre 2 de 2019
Las manifestaciones de la “Primavera Árabe” tienen su punto de explosión el 17 de diciembre de 2010 en la ciudad de Sidi Bouzid, cuando un vendedor ambulante (Mohamed Bouazizi) fue despojado por la policía de sus mercancías y en respuesta, se inmoló en forma de protesta. Miles de tunecinos se rebelaron causando un efecto dominó en países del norte de África y la península arábiga como Egipto, Libia, Siria, Yemen, Argelia, Omán, Bahréin y Jordania. Así parece ser la reacción que una década después inicia América Latina, no tanto contra la longevidad en el poder de los mandatarios, sino en contra del neoliberalismo. Mientras Venezuela, Ecuador, Argentina, Nicaragua y Brasil luchan para no dejarse imponer “la dictadura” del mercado neoliberal, otros pueblos encabezados por los de Chile y ahora Colombia se han tomado las calles para exigirle a sus gobiernos revertir ese paradigma que los ha despojado de sus derechos –salud, educación, servicios públicos esenciales, seguridad social etc.–, hoy convertidos en el principal filón de negocios de las multinacionales, privatizaciones que se hicieron además beneficiando a los amigotes de los gobernantes y quebrando sus aparatos productivos. A eso le llamaron con “pompas y platillos”: La Apertura Económica e ingreso de Colombia a la modernidad.
El fundador del MOIR, Francisco Mosquera, escribió: “La apertura que venimos reseñando y combatiendo implica, no la modernización de las estructuras productivas de Colombia sino la quiebra de algunas de sus ramas industriales más antiguas, más sólidas y de mayor afluencia del capital nacional… Iníciase el alud indiscriminado de los productos extranjeros; el Estado pone en venta sus participaciones en las actividades productivas y se tramita la privatización de los servicios públicos; los créditos de fomento sufren de drásticos recortes y los intereses bancarios llegan a índices confiscatorios… Con sus reformas en los más variados campos, las autoridades colombianas alientan el proceso de colonización o apertura económica, que es lo mismo” (´El 27 de mayo, otro 11 de marzo´, El Tiempo, 25 de mayo de 1990). El mismo autor dijo el 8 de mayo de 1991: “Que Estados Unidos no cure sus falencias, ni libre sus disputas comerciales, ni salga de su actual ciclo recesivo a costa de las bancarrotas, las miserias y los sufrimientos de los pueblos de América”. El 25 de noviembre de 1993 advirtió: “El Globo en vez de enfriarse, se calienta. Washington no dudará en recurrir a la fuerza en busca de consolidar la reconquista”.
Las imposiciones de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, utilizada por EEUU para recomponer la tasa de ganancia de sus multinacionales, le exige a Colombia nuevas reformas: Modificar el régimen laboral (desaparece en la práctica el código sustantivo), acabar con las pensiones (quedando solo auxilios funerarios), crear el holding Bicentenario (que agrupa 18 entidades financieras estatales), profundizar las privatizaciones, eliminar el salario mínimo e implementar la remuneración por horas, entre otras medidas, que serán impuestas a sangre y fuego. De ahí el crecimiento de la represión de “UriDuque”, quien ordena a la fuerza pública “imponer el orden”, no importa las personas muertas y heridas que deje el Escuadrón Antidisturbios, Esmad, ahora más evidente con sus acciones por el levantamiento del fervor del pueblo a partir del portentoso Paro Nacional del 21N, que alumbra la llegada de ¡Una nueva primavera en Colombia!